«A Simón lo mandamos de avanzadilla al frente»

Pablo Varela Varela
Pablo Varela LAZA / LA VOZ

LAZA

En el Luns Borralleiro, salir limpio es casi una ofensa, pero hay que saber parapetarse
En el Luns Borralleiro, salir limpio es casi una ofensa, pero hay que saber parapetarse AGOSTIÑO IGLESIAS

En la bajada de la Morena, Moisés Blanco debutaba tras la máscara, que antañó llevó su abuelo

25 feb 2020 . Actualizado a las 16:06 h.

En la primera farrapada de Simón Gallego, de nueve años, el veterano de la fiesta era él. Corría de un lado a otro bajo la praza da Picota mientras volaban trapos llenos de barro. Y si se tropezaba con algún despistado, le hacía padecer su Vietnam particular. El pequeño, oriundo de Salvaterra de Miño, llegó con su familia en una de las muchas autocaravanas que aparcaron en la entrada del pueblo. Días atrás estuvieron en el entroido de Manzaneda. Este lunes, hacían parada en Laza. Y a Simón le sobraba la energía. «A él lo hemos mandado de avanzadilla al frente», bromeaba Martina, su madre.

Poco antes del mediodía, Laza se enzarzó en una guerra de guerrillas. «O farrapo hai que tiralo sen que ninguén te vexa», decía Jorge Lorenzo, teniente de alcalde de la localidad. En el entroido local, el recién llegado debe adaptarse al medio. Y entre el jolgorio, sobrevivir. Porque el Luns Borralleiro, del que salir limpio es casi una ofensa, tiene mucho de picaresca y de saber parapetarse. Daniel Iglesias, de Celanova, era de los que se lo tomaba con calma a la entrada de un bar. En su cuarto día consecutivo en Laza aún le quedaba cuerda para rato. «Un pouco de bica cunha cervexa, e imos para adiante», indicaba.

A la media hora de empezar la fiesta, en las calles empezaron a llover espaguetis. La tradición, según cuentan, llegó del pueblo de Souteliño. En 15 minutos, la comitiva se plantó en Laza con una bañera sobre ruedas a la que habían adherido una bomba de agua. Además de bañar a algún que otro reportero distraído, esparcían pasta mezclada con colonia y azafrán. Otros años, tocó bebida energética. El que viene, quién sabe. La identidad del entroido de Laza está en mancharse con alegría. Mientras se apagaba la farrapada, de fondo sonaba Celia Cruz, que abrió paso a la Xitanada dos Burros para estirar el barullo hasta la hora de la siesta. Porque hasta tiempo para dormitar hubo. En la recta principal, mirando a lo lejos, se asomaban pies por las ventanas de los coches, esperando el segundo asalto del día en Cimadevila.

El debut de Moisés

Cuando comenzaba a caer la tarde, en un pequeño garaje en Cimadevila brindaban con vino varios vecinos que guardaban a la Morena a buen recaudo. Bajo la máscara debutaba este año Moisés Blanco, vecino de la parroquia que vive en Barcelona. Nunca se pierde el entroido, pero este año fue diferente para él. Blanco recogió el testigo de Joaquín Obregón para recorrer las calles en dirección a Laza, embistiendo y corneando a amigos y curiosos. Los vecinos dicen que, desde siempre, la gran tradición era ir tras las faldas de las mujeres, siguiendo un ritual que se remonta a los años del medievo.

En los momentos previos a su salida, Moisés parecía mostrar una tranquilidad aparente. No era únicamente por el ambiente festivo. Su abuelo también llevó la Morena y para él suponía una responsabilidad. «Pero tamén un orgullo, porque para min é unha figura querida e isto tamén che impón respeto, porque é unha homenaxe que vai para el», decía. Minutos después, como en un viaje al pasado, salió del galpón en dirección a Laza, igual que su abuelo antaño.