Antes todo eso era Ourense

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE CIUDAD

MIGUEL VILLAR

18 may 2019 . Actualizado a las 11:50 h.

Ya se me acaban las excusas y los argumentos se adivinan insuficientes. Admito que no soy tan feliz. Y ser feliz a veces solo se trata de un acto de insistencia y de fe. Como el amor.

Lo fui durante un tiempo, demasiado tiempo, cuando las aceras no estaban levantadas por las esquinas y las fachadas brillaban de manera uniforme, limpias o sucias, pero de un mismo color. En los parques el griterío infantil alteraba el límite de mi paciencia y agitaba hasta la desazón mi nulo instinto paternal, hasta agotar del todo mi capacidad de aguantar. Ahora usamos los parques para mirar. El silencio de los bancos y la fuente vacía y desaliñada que ya ni siquiera ponen a funcionar. El tobogán descolorido, allí, donde las manos se enredaban. Y los niños que no aparecen.

Lo admito, no soy tan feliz.

La vida cambió su rutina, su comportamiento diario. Por cambiar hasta cambió los nombres de las calles -aunque en esto sí acertó- y ahora ya nadie se acuerda que no hace tanto tiempo la ciudad se vivía más allá de la Plaza Mayor, más allá, por los cuatro costados, donde ahora hay una cicatriz como un río seco en forma de cine abandonado, de casa a medio hacer, de sonrisa embustera de pancarta electoral. De emigración ineludible, casi violenta. Somos ese sitio donde uno siempre puede volver. Aunque parece que nadie vaya a hacerlo.

Yo admito que no soy tan feliz pero me voy conformando con las pequeñas victorias. El precio del café, encontrar una mesa libre entre toda la marabunta descontrolada que piensa que solo hay dos calles donde cenar. Lo exitoso de los cinco minutos que separan mi cama de mi trabajo. Verte todos los días porque has decidido, como yo, intentar vivir aquí, de esta manera.

Me conformo con un gracias y con un por favor, aunque parezcan términos en extinción. Pero siento envejecer el aire.

No soy tan feliz aunque ahora resulte que el joven aquí soy yo, ¡a mi edad!, cuando lo que en realidad me gustaría hacer es enseñarle a los que sí lo son que todo eso que ven, antes, era Ourense. Que puede volver a serlo. Que aquello era una cárcel que alguien dejó pudrir, que esos restos de alcohol una vez también fueron míos, que los 80 y sus canciones deberían haber muerto hace demasiado tiempo, que en los bares había pop, y rock, y música de verbena, que a veces la memoria nos traiciona, nos mata. Que escapar puede ser la solución pero también la condena.

Nadie va a hacer nada con todas esas galerías, con todos esos escenarios semi abandonados si seguimos vendiendo billetes solo de ida. Y la vuelta para Navidad. Maquillando el terreno, dando esperanza. Alivio. Y otra vez enero, pensando que siempre nos quedará el entroido salvador quitapenas. Porque, al igual que nos pasa a las personas, la ciudad se puede cambiar con mucho dinero, sí, pero también con relativo poco esfuerzo. Solo hay que caminar hacia adelante.

Admito que no soy tan feliz, tanto como sé que podría serlo aquí