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El origen del personaje de Verín continúa siendo un misterio
01 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Es indiscutible la celebración del carnaval en esta tierra coronada por una acrópolis tan educativa como defensiva. Ya en el siglo XVI hay referencias a esta festividad en la fortaleza de Monterrey. El padre Luís de Valdivia escribe sobre otro colega suyo, el jesuita Antonio Rodríguez, natural de Villaza, «excelente escribano y contador» el cual escribía obras de teatro: «Tenía gracia particular en hacer coloquios y representaciones santas y andanzas muy graciosas en nuestras fiestas; y componía unos entremeses muy graciosos y honestos con que alegraba a las innumerables gentes que acudían a nuestras fiestas carnestolendas.
Carnaval, o su sinónimo carnestolendas, son los tres días que preceden al Miércoles de Ceniza, en los cuales se hacen fiestas, convites y otros juegos para burlarse y divertirse y que significa las carnes que se han de quitar.
Del mismo modo que se tiene documentación sobre el carnaval, no ocurre lo mismo con la figura del cigarrón. No existen datos concretos que confirmen cuándo se vieron por primera vez. El cigarrón lleva en la mano un palo, a cuya punta cuelga una tira de pellica con la que golpea a las gentes a su paso. A causa de esta pellica, los gallegos llaman peliqueiro al cigarrón, escribían hace años. La verdad es que es prácticamente imposible diferenciar a un cigarrón (Verín) de un peliqueiro (Laza), pero es indudable que tanto uno como el otro no dejan de ser lo mismo, con un principio en común: Monterrey. Y a partir de esta figura surgieron similitudes en los pueblos en torno a su comarca.

Las leyendas
El cigarrón es la máscara tradicional del entroido de Verín. Se dice que es la máscara más ancestral de las fiestas carnavaleras de Galicia. Pero su figura de origen incierto solo dio lugar a todo tipo de leyendas. Se dice que el cigarrón se remonta a tiempos remotos, dándole una naturaleza religiosa o mágica. Ritos ancestrales o tocantes a ceremonias secretas en sociedades primitivas. Se dice que el cigarrón es de origen romano relacionado con las fiestas saturnales y lupercales.
Se dice que debe su origen a los figurones que acudían al castillo de Monterrey, cuando los vasallos iban a rendir pleitesía a su señor, para figurar como ojeadores a la cabeza de las grandes monterías que para festejar a los condes se celebraban. Con las pellicas iban los cigarrones golpeando las matas para hacer saltar la caza. Sin embargo, cuando Baltasar de Zúñiga en su Monografía de la casa de Monterrey nos describe las aficiones de su abuelo, el tercer conde de Monterrey, dice : «…Mui inclinado a la caza de Alcones, teniala tan formado y cumplida que competía con la del Emperador, siempre que iva de a caza salía con su trompeta y gran número de cazadores y criados a caballo…, tenía gran casa de cavallos y galgos principales gran cavalleria de mui escogidos cavallos, andaba muchas veces a la gineta…». No existe ni una sola mención sobre esta figura como acompañante de cacería a pesar de las descripciones que se hacen al respecto.
Se dice que el cigarrón era un cobrador de impuestos del conde de Monterrey y que cuando llegaba el día bajaba al pueblo para amedrentar a la gente y conseguir que pagasen. Es poco probable argumentar con éxito esta línea de investigación debido a la abundante existencia de documentos sólidos, donde de existir esta figura como cobrador de impuestos es prácticamente imposible que no se nombrara. En Monterrey fijó su residencia en 1572 la condesa viuda doña Inés de Velasco y Tovar y el mismo año de su llegada acudió pronto «para gobernar más comodamente a sus vasallos y hazerse presente a sus necesidades, para socorrerlos en ellas». Dictó unas ordenanzas o constituciones llenas de sabias y justas disposiciones, que tendían a evitar las expoliaciones y arbitrariedades de las justicias, escribanos y otras autoridades de sus Estados y en ningún momento se cita al cigarrón como cobrador de impuestos.
Se dice que el cigarrón era usado por la Iglesia para intimidar a las personas que no iban por el camino deseado y se les enviaba por la noche al pueblo para asustar a los vecinos, persiguiendo a quienes abandonaban la fe. Sostener esta leyenda como una hipótesis es más absurda que creíble, ya que la Iglesia poseía algo más válido y temible que el cigarrón para tal efecto y bastaba solo con nombrarlo: el Santo Oficio de la Inquisición.
El origen incierto del cigarrón siempre ha sido un misterio a pesar de las abundantes teorías o leyendas que ha habido a lo largo de su historia. No obstante, estas hipótesis carecen de pruebas documentales concluyentes y permanecen en el terreno de la especulación, sin embargo sí que se pueden dar como erróneas gracias a la extensa documentación existente.
La máscara
Lo más interesante de la figura del cigarrón no está en la función que desempeñaba sino en el origen de su careta o máscara. El origen de lo que hoy conocemos como cigarrón está en su careta, siendo su vestimenta a posteriori, e incorporándose elementos llamativos o significativos según las circunstancias excepcionales de la época.
Pero, ¿cómo darle un origen lógico a esta careta sin caer en tiempos ignotos? Para ello nos debemos trasladar al siglo XVI, más exactamente al año de 1595, cuando el conde de Monterrey, Gaspar de Zúñiga Acevedo y Velasco, fue nombrado por el rey Felipe II como virrey, gobernador y capitán general del reino de la Nueva España y presidente de la Real Audiencia de México, luego virrey, gobernador y capitán general del reino del Perú, presidente de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes (Lima). El conde de Monterrey fue muy piadoso, su honradez era acrisolada y recibió el apodo el Virrey de los Milagros. El cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala atestigua que el conde de Monterrey favorecía a los indios, honraba a los incas y caciques y castigaba a los corregidores, encomenderos y españoles quienes maltrataban a los indios.
Las similitudes de ciertas caretas u objetos, de la cultura azteca, maya o inca con la del cigarrón no pueden ser una simple coincidencia. Hay que considerar además que en su origen solamente se representaban en sus mitras el sol y la luna, como lo acreditan las caretas más antiguas. El sol y la luna son pilares de estas mitologías precolombinas y está documentada la costumbre de hacer ruido durante los eclipses. Y, ¿cómo llegó a Monterrey? Se puede pensar que pudo haber formado parte de algún tipo de regalo como agradecimiento de los nativos al conde por su defensa y enviado a la acrópolis en el traslado de sus restos al año siguiente de su fallecimiento. O enviado personalmente por el propio virrey como algo «exótico», o en el regreso de alguno de aquellos setenta criados solteros o casados que con sus mujeres e hijos tuvieron licencia de pasajero a Indias. De igual forma también pudo ser un obsequio al famoso colegio Jesuita de Monterrey por parte del padre Valdivia, conocedor de varias lenguas indígenas y gran defensor del derecho natural de los indios.
La cercanía de Monterrey con estas tribus indígenas es un factor relevante en la discusión sobre el origen de esta máscara en nuestra comarca. Si no es raro, al menos es curioso que no se recibiera en la acrópolis alguna de estas máscaras o caretas, causando un gran impacto en el colectivo popular y que, con los años, se fuera modificando o desvirtuando de la original, adaptándose al nuevo medio.
Se dice, se dice... y también se puede decir esto.