Crítica | «Entre fuerte y flojo»
01 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.Bajo el patrocinado de Caixanova, en el Pazo da Cultura se ha puesto en escena la obra Entre fuerte y flojo, sobre un guión original de Pablo Motos y Juan Herrera, Juan Ibáñez, Laura Llopis, Jorge Marrón, Raquel Martos, Damián Mollá y Luis Piedrahita, en la que se refleja la vida de dos amigos, con sus más y sus menos, sus vivencias, sus puntos de vista en determinados temas de actualidad, lo que tienen en común y sus divergencias, sus agarradas dialécticas, etcétera. Y lo hace desde una óptica desenfadada, mordaz, cáustica, cómica... conformando un texto que, por su sencillez, enseguida cala en los espectadores. En el reparto han figurado sólo dos actores: Enrique San Francisco y Pablo Motos, muy conocidos del gran público por sus trabajos en teatro, radio y televisión. En la piel de sus personajes, Enrique y Pablo (sus nombres en la obra) son dos amigos que circulan en su automóvil para acudir a la cita con un empresario. Cercano al mojón que indica "Carretera N-I, Km. 27", se les acaba la gasolina y, por tanto, hacen alto en su viaje. Echan a suerte, con una moneda de dos caras iguales, para saber a quién le toca ir a la gasolinera más próxima para traer una lata del indispensable combustible. Tras un diálogo plagado de tacos y palabras malsonantes, se queda solo Pablo (el moreno) que inicia un largo monólogo, dirigido al público, sobre la mentira, con la disquisición de fondo de ¿quién miente más: el hombre o la mujer?. Ninguno sale bien parado. Regresa Enrique (el rubio), sin gasolina, sin dinero, sin nada y... vuelta a la perorata. Luego, se marcha Pablo en busca de la gasolina y se cambian las tornas. Enrique muestra un personaje vago, pasota, fullero, vividor... que recrea un monólogo sobre el estrés a lo largo de la historia y los incompetentes, de igual tenor que el de su compañero, al que llega a hacer una serie de faenas pero, como Pablo es su mejor amigo, sabe que ya le pasará. Y así discurre toda la obra. Los dos actores, que a su vez eran sus propios directores, han tenido naturalidad y descaro, buen ritmo, gesticulación adecuada, personalidad, sobresaliendo su singular sentido del humor. Entre chabacano y gracioso, humorista y surrealista, fuerte y flojo, entre gags, en los disparatados diálogos y monólogos en los que vierten su particular manera de ver y entender la vida, entremezclan palabrotas junto a chistes fáciles y obscenos para conquistar la risa o la carcajada del público, consiguiendo entretener, divertir y hacer pasar casi hora y media distendida a un público que llenaba el auditorio y que a la salida llevaba la sonrisa prendida en los labios.