La ONCE organiza desde hace once años este curso de idiomas
13 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.La ONCE tiene uno de sus buques insignia en Pontevedra. El Centro de Recursos Educativos (CRE) de la ciudad fue el segundo en abrir sus puertas, y el antiguo edificio en el que se erige da cuenta de sus casi 70 años de actividad. A lo largo del verano, el centro acogió la undécima edición del curso intensivo de inglés, en el que tres grupos de veinte alumnos -entre los 12 y los 17 años- reciben clases, conviven con compañeros y monitores y forman una comunidad donde, además de «mejorar los conocimientos del idioma», «generan lazos de amistad» que perduran en el tiempo. El director del CRE, José Ángel Abraldes, es consciente de «la necesidad de dominar una segunda o tercera lengua», «y las personas con alguna discapacidad estamos obligadas a formarnos como los mejores para ser competitivos en el difícil mundo del empleo», añade.
Para ello, Mónica y Miguel, dos profesores del Centro de Idiomas Waterford, desarrollan un plan didáctico dividido en dos fases: mañanas dedicadas a la mejora en la capacidad comunicativa oral, tardes basadas en una «dinámica lúdica» en la que se practica el idioma con juegos. «Trabajar con personas invidentes fue un reto, porque herramientas como la pizarra pierden toda su utilidad y tienes que cambiar la mecánica», señala Miguel.
De todos modos, los alumnos tienen «muy buen nivel y una memoria asombrosa». Los profesores, que ya llevan tres años ocupándose del curso, ya se defienden con la máquina Perkins -que se utiliza para escribir en braille- y se sienten «gratificados» por trabajar en un entorno «totalmente adaptado a las necesidades de los alumnos».
La integración es invisible
El sonido de un piano se desplaza por pasillos espaciosos, de techos altos. Rebota en en la pared y el suelo y, al fin, llega como un eco reverberado a la estancia donde descansan cinco alumnos del curso. En su última quincena, la ONCE invita a cinco jóvenes extranjeros, y este año dos de los agraciados fueron João (portugués de 15 años) y Lucia (italiana, 17 años). Al lado de ellos están Fran (natural de Huelva), Francesc (de Lleida) y Mari Carmen (de Madrid). Algunos son invidentes, otros no. Un detalle minúsculo, ya que la sonrisa impaciente que comparten los cinco es idéntica. La inestabilidad del rictus se debe a que no quieren agotar los días de una experiencia que definen, al unísono, de «maravillosa».
El curso se apoya en una filosofía integradora, ya que reserva un 15% de las plazas a jóvenes sin discapacidad visual relacionados con la organización de un modo indirecto.
La integración y la enseñanza mutua favorece una «extraordinaria experiencia de convivencia» que también atañe a los monitores. «Ahora toca pasar los momentos agridulces de las despedidas», comenta Montse, una de las monitoras que participa en esta experiencia, mientras ayuda a preparar la fiesta de despedida. El ajetreo de instrumentos que sale del pasillo se debe a la gala final que están preparando. El número principal será el Hallelujah de Leonard Cohen, «ya que es el tipo de música que nos gusta a todos», indica João. Los coros de este clásico servirán de lacrimógeno preludio a una despedida que todos quieren evitar, porque, tal y como señala Fran, «si vienes una vez, querrás repetir el año siguiente».
Algo más que una lección
Las clases de inglés son un elemento más de una estancia que «te hace más responsable, te forma como persona y -como apunta Mari Carmen- facilita las relaciones con otras culturas». Sin embargo, el cruce de costumbres genera ciertas perplejidades. «Si estuviese un año comiendo lo que comí aquí estaría terriblemente obeso, lo que no resta valor al hecho de que la comida esté buena», recalca João. Conflictos gastronómicos aparte, la elección de las actividades con las que más disfrutaron presenta un mayor consenso. «Me gustó montar canciones con guitarra y piano e ir a la playa», señala Francesc bajo unas gafas negras, como las de Ray Charles. En esa línea se manifiesta Lucia, para quien «bañarse en el Atlántico por primera vez fue inolvidable».
Esta joven italiana quiere ser intérprete y actriz de doblaje. Y tiene voz para conseguirlo. Su tono amable y decidido recuerda a las muchachas enérgicas que filmó Fellini en sus retratos de la Italia de posguerra. La ilusión con la que describe su experiencia es extensible a los sesenta jóvenes que han pasado por ella. «Este curso dejará en mi un bellísimo recuerdo, y nuestros monitores y profesores son simplemente fantásticos».