
Morante logró cortar una oreja, mientras que Ponce se fue de vacío de la primera de feria
04 ago 2013 . Actualizado a las 19:44 h.La de ayer fue una tarde atípica en la plaza de toros de Pontevedra. Y no lo fue porque Enrique Ponce se fuera de vacío, ni porque algunas de las cuadrillas parecían perdidas sobre la arena, ni porque algunos de los toros de Alcurrucén fuesen despedidos entre aplausos camino del matadero, ni porque los picadores fueran recompensados con silbidos. Lo fue porque hasta en tres ocasiones no se pudo completar el tercio de banderillas, algo bastante sintomático de lo que fue la corrida que inauguró la feria de Pontevedra.
Fue una tarde en la que se cumplió eso de que no hay dos sin tres. Y si el año pasado, Sebastián Castella consiguió abandonar a hombros el coso en dos ocasiones distintas, hizo lo propio en la primera de feria.
El francés volvió a dejar patente su arte con unas lidias que levantaron al público de los asientos, con unos pases que arrancaron olés y aplausos a partes iguales y con un laborioso trabajo con los astados. Con Universitario, el primero de su lote y el de menor peso de todos los que saltaron al ruedo -485 kilos-, empezó con la muleta sentado en el estribo de la barrera, para, acto seguido, realizar una serie de pases rodilla en tierra.
Su esfuerzo, que culminó con una buena estocada, resarció al respetable de los dubitativos inicios de la faena, en la que su cuadrilla estuvo algo dispersa. Logró su primera oreja y una fuerte petición para la segunda.
La historia se volvería a repetir con el último de la tarde, de nombre Esmerado. Otra vez el francés cerró con la certera espada una explosiva lidia que hizo disfrutar a los graderíos. Y de nuevo, el presidente de la plaza se hizo notar y, a fe de muchos, privó al francés de un mayor premio más allá de la oreja que le concedió. La pitada del público fue ensordecedora, mientras ondeaban miles de pañuelos blancos.
«No es la tarde de Enrique». Esta media docena de palabras pronunciadas por uno de los asistentes a la plaza de Pontevedra resume a las claras cómo fue el paso de Ponce por el coso de San Roque. Tal vez, al de Chiva le tocaron en suerte los dos peores toros, aunque no disculpa su actuación.
Y eso que con el primero, por momentos, logró esa comunión que solo Ponce sabe conseguir con los pontevedreses. Se le veía confiado, quizás por eso se produjeron dos pequeños sustos, pero lo cierto es que Gavilán terminó muy justo de fuerzas. Un fallo con la espada seguido de una media estocada fueron agraciados con aplausos.
Con el segundo, Bocineto, volvió a cometer los mismos errores en la máxima de las suertes. Lo cierto es que, por momentos, el público no disfrutó e, incluso, pareció aburrirse. Su premio: Silencio solo roto por tímidos aplausos de sus incondicionales.
La espada que malogró la labor de Ponce, sobre todo con su primero, impidió que el tercero del cartel acompañase a Castella por la puerta grande. Morante de la Puebla lo hizo bien, muy bien, con su primero en el que toreó sin manoletinas. De hecho, el público agradeció el esfuerzo del astado, mientras que el matador no dudó en rendirle respetos cuando la vida expiraba en el animal. Una oreja.
Con su segundo, lo tenía todo de cara para triunfar. Escribano venía precedido del silencio con el que se despidió a Ponce y con unas gradas deseosas de pasarlo bien -apareció la ola-. Tras lucirse con el capote y comenzar con la muleta toreando con la mano apoyada en la barrera, el sevillano se jugó el tipo y se lució cuanto pudo y más.
Pero el destino es caprichoso. Y todo su trabajo se desmoronó como un castillo de naipes ante la mínima de las brisas en cuanto asió la espada de matar. Seis pinchazos precisó antes de la estocada mortal. Sin premio en este segundo, se llevó una fortísima ovación. Tal vez, eso sí, la mayor de la tarde de ayer.