«Achamos cousas que nin se soñaban»

Marcos Gago Otero
marcos gago SANXENXO / LA VOZ

PONTEVEDRA

Ramón Leiro

Con la ayuda de pico y pala, Hipólito Vázquez, a los 19 años, participó en la excavación de 1953 que dejó a la vista el castro de A Lanzada bajo la guía de Filgueira Valverde

02 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A Hipólito Vázquez Vázquez, de 82 años, todavía se le iluminan los ojos cuando recuerda su participación en la excavación del castro de A Lanzada en agosto de 1953 y 1954. Es una etapa de su vida de la que está orgulloso y de la que guarda numerosas anécdotas. «Achamos cousas que nin se soñaba», sostiene al puntualizar que en aquella época no se sabía casi nada de lo que podrían ocultar este entorno.

Esos recuerdos le hacen rejuvenecer. Tras echar una mirada a la excavación actual que está desarrollando la Diputación, responde firme a las preguntas. «Cando penso nos anos que ten isto, pois claro que me sinto máis mozo», bromea. Es la memoria viva de la recuperación de la historia de la comarca. Participó en las primeras campañas científicas que se llevaron a cabo en este yacimiento, con un salario de 20 pesetas al día y con una jornada laboral de ocho horas. Tuvo el privilegio de trabajar bajo la guía de José Filgueira Valverde, director entonces del Museo de Pontevedra. Del ilustre polígrafo, Hipólito solo tiene palabras de elogio. «Era un home extraordinario, moi agradable e a quen lle gustaba isto moito», recalca.

En Noalla siempre sospecharon que en A Lanzada había mucho más que los restos de una torre medieval y una ermita románica. El propio padre Sarmiento hablaba en el siglo XVIII del hallazgo casual de varios sepulcros. Poco más se sabía de este entorno cuando llegó el siglo XX.

En la década de 1940, cuando Hipólito era un niño, las obras para la construcción de chalés al otro lado de la carretera de Portonovo, de reciente construcción, se dieron de bruces con un cementerio romano. Él solo conoce las piezas que se exhiben en el Museo de Pontevedra. Era demasiado pequeño y nadie lo llevó sobre el terreno para explicárselo -ahora se hacen visitas guiadas y los resultados se difunden en charlas a los vecinos-. En la década de 1940 las tumbas se excavaron como mejor se pudieron hasta que el ladrillo y el cemento de los chalés sepultaron otra vez la necrópolis.

Pasaron unos pocos años y cuando Hipólito tenía 19 años surgió una nueva oportunidad. Filgueira Valverde había regresado al entorno de A Lanzada y buscaba gente para trabajar. «Un parente meu chamoume e empecei, con pico e pala, como peón», resalta el sanxenxino.

Sin escáner, sin el auxilio de un ordenador ni de otros sistemas modernos, el trabajo de arqueólogo dependía de muchos factores. «Don José buscaba por intuición, tiña uns planos moi antigos e de aí sacaba conclusións. Sobre o terreo dicía, aquí ten que haber un muro e nós o comprobábamos», precisa. Solía acertar.

Un trabajo minucioso

Se trataba de un trabajo lento, muy lento, porque no se quería romper ninguna pieza. Hasta el dato más pequeño podía dar un vuelco a los conocimientos de la historia de Galicia. «Cando atopábamos unha pedra, e ao lado outra, e máis outra, e así, xa sabíamos que era un muro e cal era a liña a seguir». Encontraron miles de pedazos de cerámica y algunas monedas de bronce.

El equipo de 1953, que variaba de ocho a diez vecinos, se centró en lo que Hipólito llama «a casa grande», una gran estructura de piedra, que aún hoy día se puede contemplar en una de las esquinas del yacimiento excavado. «Baixamos a unha profundidade de 3,60 metros», recuerda. Al rememorar los hechos, este anciano toma fuerzas y se explaya con uno de los hallazgos que a él le interesó más. En la casa grande, en lo que fue el nivel del suelo de hace más de dos mil años, «estaba o fogar de asar os mexillóns, e ao lado de onde se facía o lume había restos de cerámicas que se romperan».

Una foto conservada en los archivos del Museo inmortalizó ese momento. La instantánea cuelga, de hecho, también del salón de la familia Vázquez. Allí se ve el yacimiento castrexo y varias personas trabajando. Subidos a un carro de bueyes está un vecino, Tomás, que era el propietario del carro, y el propio Hipólito. ¿Qué hacía un carro en la excavación? La respuesta es sencilla. Había que trasladar la tierra que se vaciaba del yacimiento a otra parte. Hoy se usan carretillas y camiones, pero hace más de 60 años no era tan fácil. Se apeló al pragmatismo. «A terra que sacábamos nos estorbaba e cando xa levantáramos unha morea dela, don José dixo que aquilo facía feo alí e preguntoulle a Tomás se podía traer o seu carro de bois». Fue la solución idónea, aunque como no tenía volquete, había que palear, tanto para llenar el carro como para vaciarlo después.

Las campañas en A Lanzada se han ido sucediendo a cuentagotas desde entonces. Ahora, Hipólito, mira con orgullo a su amado castro y suspira. «Espero que iso non quede en nada, que o difundan, para nós é importante».