«En el naufragio del Marbel se tapó lo que no está escrito. Aquello fue un escándalo»

Diego Pérez Fernández
diego pérez VIGO / LA VOZ

PONTEVEDRA

Oscar Vazquez

Ramón Juncal, superviviente del barco en el que murieron 27 personas, rememora las dieciséis horas que vivió sin recibir auxilio oficial

09 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La mayor tragedia marítima de la ría de Vigo ocurrió la madrugada del 28 de enero de 1978. El motor del buque congelador Marbel explotó a la altura de Cabo Silleiro y el barco quedó a la deriva durante seis horas en pleno temporal. Entre olas de ocho metros y vientos de más de cien kilómetros por hora, acabó encallando en las islas Cíes y se hundió. Veintisiete de los 36 tripulantes fallecieron en cuestión de minutos. El marinense Ramón Juncal Crespo tenía entonces 17 años y puede contarlo.

«He estado en situaciones muy apuradas, pero nunca en una como aquella», asegura Ramón. No solo por las vidas que se perdieron (otro pesquero también hundido en las Cíes en 1954, el Ave del Mar, es el único que se acerca con 26 muertos), sino también por la odisea personal que tuvo que sufrir. Desde que el Marbel quedó a la deriva hasta que llegó a O Berbés para ser ingresado en el sanatorio Concheiro, transcurrieron 16 horas en las que ni él ni sus compañeros recibieron ningún tipo de auxilio por parte de las autoridades oficiales de la época.

Todo comenzó la tarde del día 27. El congelador zarpó del puerto de Vigo rumbo a Sudáfrica. A las ocho fue cuando el motor empezó calentarse y a quedar sin aceite. «Se produjo una explosión por gases. Les debió quedar una estopa en el cárter cuando hicieron la reparación en Valiño. Hoy, pensándolo en frío, creo que deberían haberse cortado los rieles... pero el caso es que la única solución en ese momento que tuvo el capitán era pedir socorro», relata. Juncal era engrasador.

Tal y como reveló La Voz de Galicia en una crónica sobre el accidente, «la primera llamada de socorro fue captada a las diez y media de la noche por un radioaficionado de A Coruña». Y este dio cuenta del mensaje a la Comandancia de Marina de Vigo. Más tarde se descubriría por qué nadie atendió el SOS del Marbel durante hora y media. «El que estaba de guardia en la Costera se había ido a buscar el quiñón de un barco de amigos al puerto», recuerda. Lo que siguió es más indignante, si cabe: tampoco se movilizó la comandancia, pese a que había remolcadores profesionales atracados en el puerto y a que estaba la base de la Armada en la ETEA. Siguieron durmiendo.

«El primer barco que acudió al rescate fue el Navegante Magallanes, que era de Gran Sol. Nos dio remolque, pero le rompió el cable cuando empezó a tirar. Luego fuimos a las piedras en Cíes, bajo la zona de acantilados del Faro, y ya se complicó todo. El barco se rompió por el puente al pegar dos golpes y la popa ya desapareció». Ramón Juncal explica que los primeros cinco tripulantes que estaban en la parte delantera de la embarcación se salvaron sin tocar el agua: «No sufrieron ni un arañazo, la proa se metió debajo de la piedra y saltaron en seco». Él era el séptimo, estaba detrás del redero. «Cuando nos tocó a nosotros, el barco se liberó de la roca y salió disparado para arriba. Nos largó hacia atrás, hacia el palo de proa. Ahí ya me hice un corte en la cabeza, rompí la boca y sufrí golpes en el menisco. Cuando el barco se enderezaba a mí me echó tres veces por fuera y quedaba colgado de la barandilla». Un golpe de mar fue el que le llevó a las piedras. Para entonces ya se había quedado en calzoncillos. Después de una hora en una poza, exhausto, le ayudó a subir por el acantilado un compañero que era vecino de Ons y que tenía la espalda desgarrada por los mejillones de roca. Los otros supervivientes, de los que no supieron hasta más tarde, fueron un vecino suyo de Marín al que había ayudado a enrolarse, el cocinero y el único marinero que se salvó de la parte de la popa.

Ya en tierra comenzó otra historia: subir por el acantilado en plena noche, de roca en roca, sufriendo las inclemencias del tiempo entre tojos y zarzas y parando cada poco para coger aliento. «Lo pasé peor en la isla que mientras estuve en el barco a la deriva», afirma Juncal. Llegaron a la playa de Rodas por la mañana y descubrieron que los cinco compañeros que habían saltado en seco desde el barco, con botas y toda la ropa puesta, dormían entre mantas en una casa. Tras reprocharles que no hubiesen acudido en su ayuda, Ramón se abrigó y bebió a morro de una botella de vodka, lo único que encontró a mano y que acabó por marearle todavía más de lo que estaba.

A las once de la mañana vieron al pesquero cangués Carolo pasar por la zona. Desesperados, le hicieron llamadas de auxilio con una sábana. Los recogió en el muelle de Rodas y los trasladó finalmente al Berbés, donde aún por encima tuvieron que subir al muelle por una tabla de obra de 25 centímetros de ancho, dándose la mano entre ellos y agarrándose a las que les tendían desde arriba. En dieciséis horas, ni rastro de la administración, civil o militar. Recuerda que cuando apareció por allí el capitán de la comandancia, las pescantinas lo querían tirar al agua.

«En el naufragio del Marbel se tapó lo que no está escrito. Aquello fue un escándalo. Hoy en día tendría que dimitir mucha gente», afirma Ramón Juncal. Y lo dice desde su experiencia actual. Solo medio año después del accidente volvió al mar y pasó diecisiete años entre aguas de Noruega y Canadá, ya como patrón. En el 2015 se jubiló. Del episodio más terrible de su vida profesional le quedó una enseñanza: el respeto que siempre hay que tenerle al mar.