La vida de película de don Leo, que curó a Felipe VI y estuvo en Palomares

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Leónides Álvarez, que vive en Marín, bañándose en la playa de Portocelo en pleno mes de noviembre
Leónides Álvarez, que vive en Marín, bañándose en la playa de Portocelo en pleno mes de noviembre CAPOTILLO

Bañista en el mar de Marín en verano e invierno a sus 86 años, Leónides es todo un «gentleman» con un sinfín de anécdotas de su vida de marino

22 nov 2021 . Actualizado a las 19:50 h.

La historia viaja en un bañador de color azulado en una mañana fría de otoño en la playa de Portocelo, en el municipio pontevedrés de Marín. La prenda la lleva puesta un varón de piel bronceadísima y curtida, ojos saltones y sonrisa bonachona. Es Leónides Álvarez Morán (Iruela de Cabrera, 1935); un hombre de 86 años con un cuerpo y una cabeza preñadas de buenas anécdotas. Mientras juega con las olas del Atlántico sin frío alguno y se deja retratar por un fotógrafo curioso, le espeta al hombre que le apunta con el objetivo: «¡Mira que me han hecho fotos en mi vida, si yo salí en todas las portadas allá por el año 1964!... Si es que he tenido una vida que parece un culebrón». Su frase es toda una invitación a entrevistarle. Y, cuando se charla con él, no solo sale a relucir la prometida vida de cine, sino que emerge el gran gentleman que es don Leo, el nombre por el que le llaman.

Sería casi un delito no dejar bien claro dónde nació don Leo. «Pon en un sitio destacado que yo soy del mejor pueblecito de León, de Iruela de Cabrera, el mismo lugar del que era José Rodríguez Losada, el famoso relojero de la puerta del Sol», ordena. Hijo de un maestro de escuela que tras la Guerra Civil fue director de prisiones, al jovenzuelo Leo la posguerra le cogió en Madrid. Le metieron un seminario, de donde escapó en cuanto pudo. Alguien le habló de la marina y, con 18 años, él, nacido en tierra de secano, llegó a la Escuela Naval de Marín. Podría decirse que en las tierras marinenses lo encontró todo: en Marín conoció a su María Luisa, novia y luego esposa, con la que sigue compartiendo la vida. Y tras ser alumno de la escuela, se quedó en el Ejército, donde a los 55 años se jubiló como capitán sanitario de la Armada. En medio, una vida que, realmente, fue de película.

«Se golpeó con un remo»

Comencemos por su juventud, cuando el don todavía no acompañaba a su nombre. Siendo alumno de la escuela, le interesó sobremanera el tema sanitario,e hizo distintos cursos tanto en la Facultad de Medicina de Santiago como en otros centros. Logró el título de practicante, que luego fue complementando con otras habilitaciones. A los veinte y pocos años tuvo un destino que le permitió ser testigo de un capítulo de la historia de España: «Me mandaron a Palomares cuando cayó la bomba atómica. Aquello fue tremendo. Estuve 70 días sin tocar tierra. Yo estaba como sanitario en un buque de la Armada y cuando los americanos o los españoles que estaban buscando la bomba se lastimaban pues les atendíamos y seguían trabajando».

Tuvo distintos destinos y surcó todos los mares. Pero la vida le acabó trayendo de vuelta a Marín. Nuevamente, ejerció como sanitario en la Armada. Y ahí volvió a reunir anécdotas. Alguna le genera una nostalgia amable, risueña, como cuando el entonces príncipe Felipe y hoy el rey Felipe VI, cadete de la escuela, se dio un golpe tremebundo con un remo y le tuvo que curar. «Estuvo ingresado en el hospital de la escuela y le atendimos, lógicamente. Era un alumno más», señala.

Pero don Leo también guarda en su memoria capítulos muy dolorosos. Uno de ellos, el que le hizo que su foto saltase a las portadas de los periódicos en el año 1964, es el de la tragedia del petrolero Bonifaz, que chocó con otro buque francés también cargado con combustible a varias millas de Fisterra. Hubo 25 víctimas; cinco muertos y veinte desaparecidos. Leónides Álvarez fue hasta el barco en un destructor y allí prestó auxilio a los heridos. Dice que la imagen era desoladora: «Murieron quemados y los heridos estaban muy graves. Fuimos con ellos a Vigo y alguno falleció allí. Fue muy duro eso. Murieron varias mujeres, que eran esposas de tripulantes que iban a bordo. Fue un capítulo que me marcó muchísimo».

No sería la única tragedia a la que se tuvo que enfrentar. Recuerda también un accidente ferroviario en Redondela con numerosas víctimas o el día que fue con un helicóptero hasta un barco donde se había producido un apuñalamiento. Pasó a la reserva a los 55 años, tras muchas anécdotas y una dedicación vital a la Armada y a su familia, compuesta por María Luisa y tres hijos —uno fallecido de pequeño—. No llega a decir si le dolió dejar el Ejército tan pronto, pero apostilla: «Fue una orden de Felipe González. A los 55 años nos mandó a casa». Ahí se apagó el oficial. Y quedó el caballero, don Leo.

Fue practicante de quirófano en varios hospitales y tuvo también una clínica de podología 

Que Leónides Álvarez pasase a la reserva a una edad tan joven, con solo 55 años, hizo que tuviese después una larga vida laboral al margen de la Armada. Así, tal y como él explica con una memoria digna de mención, trabajó como practicante en los quirófanos de varios hospitales. «Estuve en muchísimas operaciones, en los hospitales Miguel Domínguez o en el Virgen del Puerto de Marín, por ejemplo», indica.

Paralelamente, también ejerció como podólogo en Marín, donde abrió una ortopedia y clínica para los pies que, de no ser por la presión familiar, hubiese bautizado con un curioso nombre. Le quería añadir al rótulo algo así como «siempre a sus pies», lo que da muestra de su eterno carácter caballeroso. Pero al final no se atrevió con la frase.

Cuando por fin se jubiló, miró al mar en el que tanto había trabajado y decidió que, fuese verano o invierno, se iba a bañar igualmente en el océano. Reconoce que no lo hace todos los días, sobre todo escapa de los grandes chaparrones, pero al menos una o dos veces a la semana, sea la estación del año que sea, intenta dejarse caer por la playa y darse un chapuzón.

Señala que ese encuentro con el agua fría le mantiene con total energía y, llegado el mes de marzo, espera cumplir los 87 años con la misma salud de la que goza ahora. Más allá del mar, indica que se entretiene con lecturas, paseos y la televisión: «Ahora llevo una vida más aburrida, pero es que antes a hice muchísimas cosas», señala. No se olvida de destacar que continúa compartiendo existencia con María Luisa, su mujer. «Ella también esá activa», apostilla. Tienen dos hijos, de los que están orgullosos. Y siguen viviendo en Marín cerca del mar: «Yo con estar aquí e ir de vez en cuanto a mi pueblo, a Iruela, ya soy feliz», sentencia.