La comunidad africana, la más numerosa, acumula heridas de otros naufragios. Sabe lo que viene después del accidente
20 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Corría el año 2001 y La Voz daba cuenta de la historia de Graciana y Nina. Ellas eran las dos mujeres africanas que se quedaron viudas debido al naufragio de un barco de Marín, el Arosa, en aguas de Irlanda. Un año después de perder a sus maridos, trataban de sobrevivir tras haber cobrado una ínfima parte de la indemnización, que tuvieron que devolver al Estado hasta que los hijos de una y otra, siete bocas a las que alimentar, cumpliesen 18 años. Han pasado veinte años de ese siniestro. Un nuevo drama en alta mar, el de Villa de Pitanxo, vuelve a golpear a la comunidad inmigrante en Marín. Y, otra vez, el accidente pone el espejo la vulnerabilidad de quienes un día salieron de su país buscando un futuro mejor. ¿Cuántos ghaneses hay en Marín, cómo es su vida? ¿Cómo de grande es la comunidad peruana? Conocer estos datos es entender lo que viene después de un accidente como el que esta semana paralizó Marín y Galicia entera.
Ebenezer, conocido con el apodo Okonko, es un ghanés veterano en Marín. Llegó hace casi dos décadas para emplearse en el mar, algo prácticamente común a todos los inmigrantes de ese país que fueron recalando en Marín. «Somos muchos de Ghana aquí, seguramente más de 50», señala. Se queda corto, porque los datos del censo suelen apuntar siempre a más de un centenar de ciudadanos ghaneses en el municipio, siendo el país extranjero más representado. Okonko cuenta que todos llegan con la misma ilusión: «Mandar dinero a nuestro país y traer a la familia». Pero confiesa que eso a veces no es posible: «Los papeles son difíciles y además cuesta mucho dinero», indica.
La voz de Okonko se vuelve susurro cuando se habla de esos golpes del mar que tantas veces sufrió la comunidad ghanesa. En el Villa de Pitanxo iba Samuel, un gran amigo, que logró sobrevivir. Es lo único bueno de un drama tan grande. Este hombre, que ahora mismo está buscando un barco en el que enrolarse para una nueva marea, suspira y en su meritorio castellano indica: «En el mar a veces hay accidentes, pero es nuestra vida, es el trabajo y hay que volver».
Con los suyos lejos
El naufragio puso de manifiesto las dos realidades que viven los ghaneses afincados en Marín; los que tienen aquí a sus familias y los que todavía permanecen sin ellas. Edemon Okutu, uno de los tripulantes naturales de Ghana que iba a bordo, lleva muchos años ya en Galicia. De hecho, tanto él como sus hermanos eran pequeños cuando sus padres llegaron a Marín, donde intentaron unir a la comunidad de su país en un colectivo. Él creció aquí, se casó y vive en Pontevedra, donde formó una familia con tres hijos. Sin embargo, en el barco también iba Samuel Koufie, uno de los supervivientes. Llegó hace una década en un barco al puerto de Vigo y comenzó luego en Marín una nueva vida, en la que puso todo se su parte para lograr sobrevivir. Le tocó aprender español y bregarse en la pesca. Él no tiene a su familia aquí. Emilia, su mujer, y sus cinco hijos viven en una aldea de Ghana. Así que todos sus sueños pasan por la reunificación familiar. Samuel y otros ghaneses que no lograron traer a los suyos, viven con amigos, en pisos que alquilan cuando no van al mar.
Unas diez familias
¿Y la comunidad peruana de Marín? Es la otra nacionalidad tocada por la desgracia del Villa de Pitanxo. En este caso, hay muchas menos familias que ghanesas en la villa marinense. Son alrededor de una decena. Entre ellas está la de Jonathan Calderón, que era contramaestre del Villa de Pitanxo. Una de sus familiares era de las primeras en llegar a la armadora el martes, cuando la noticia del accidente todavía comenzaba a expandirse. Contaba ella que su sobrino, como otros peruanos que migraron a Galicia, vio en el mar su posibilidad de progreso. De ahí que llevase ya muchos años yendo a la marea. Carolina Alcántara, su mujer, cuenta que su experiencia era enorme en el barco y reclama que se busque su cuerpo para que sus hijos y ella puedan tener al menos «un poco de tranquilidad». La familia de Carolina, como las de los otros tripulantes naturales de Perú o Ghana, han sentido estos días el abrazo de sus compatriotas. Son una piña. No les faltan abrazos. Pero quienes vivieron otros naufragios saben que necesitarán mucho más.