Ya es Navidad en el almacén de las historias tristes de Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Ibrahim, natural de Ghana y residente en Marín, hace 14 años que no ve a su familia. A su hijo pequeño solo lo conoce por fotos porque lo dejó cuando era un bebé.
Ibrahim, natural de Ghana y residente en Marín, hace 14 años que no ve a su familia. A su hijo pequeño solo lo conoce por fotos porque lo dejó cuando era un bebé. Ramón Leiro

En el banco de alimentos se reparte ya el turrón. Con el viajan penurias, como las que pasa Ibrahim, que dejó a su hijo siendo un bebé y no lo ha visto en 14 años

24 nov 2022 . Actualizado a las 14:58 h.

No hay debate posible sobre el día de ayer, martes, en Pontevedra: fue una jornada de perros, con el cielo empeñado en escupir agua todo el tiempo sobre la ciudad. Hubo diluvio, viento y hasta se metía en los huesos el primer frío otoñal. Apartarse de ese aguacero y ponerse a cubierto en el almacén del Banco de Alimentos de Pontevedra, ubicado allí donde la calle Faustino Santalices termina de empinarse hacia abajo, debería saber a refugio. A calor de hogar. Y así sucedía en un primer momento. Porque los voluntarios que allí trabajan, que estos días preparan las entregas de alimentos de Navidad para decenas de oenegés que ayudan a personas sin recursos económicos, recibían con sonrisa y ánimo. Pero bastaba una hora allí, incluso media, para que las paredes de ese almacén de penurias se le viniesen a uno encima. Cada historia que entra por la puerta es una bofetada de realidad y tristeza. Tanto, que salir y volver a la lluvia supone casi un alivio. Lo resume en tres palabras José Luis Doval, responsable del banco: «Esto te supera».

A media mañana, en el banco trajinan con la mercancía navideña dos voluntarios veteranos llamados Emilio y Milagros. Están empaquetando 1.300 kilos de turrones y decenas de cajas de mantecados, polvorones y demás dulcería típica de las fechas navideñas. Se ríen cuando se les dice que van al ritmo de la Navidad de Abel Caballero. Dicen que lo suyo es simplemente una cuestión de practicidad: «Tenemos que anticiparnos, cada vez hay más necesidades y hay que repartir mucha comida para que centenares de familias pasen mejor la Navidad», señala Milagros.

Sus palabras coinciden con la llegada al almacén de Ibrahim Ishum. Llega él junto a Julio Santos, de la asociación Sor Elvira de Marín. Vienen a recoger alimentos para repartir como mínimo en 92 casas, una de ellas la del propio Ibrahim. Él carga cajas de turrones sonriendo pese a que su realidad dista de ser amable. Llegó a Marín procedente de Ghana hace catorce años con la ilusión de trabajar en la pesca y poder enviar dinero a su familia, que se quedó en su país. Pero la falta de papeles empañó todo su sueño de prosperidad. Sigue sin tener toda la documentación en regla, así que solo contó con ocupaciones esporádicas. Ahora colabora con la citada oenegé mientras lidia con algunos problemas de salud y piensa en la vida que dejó atrás: «Tengo dos hijos en Ghana, el pequeño lo dejé cuando tenía seis meses y no volví a verlo... ahora tiene 14 años», explica. Julio, a su lado, señala: «Queremos que viaje pronto a su tierra, Ibrahim se lo merece y lucharemos por ello». 

«Allí cada vez hay más gente»

Se marcha la furgoneta del colectivo Sor Elvira y no tarda dos minutos en llegar otra para recoger más mercancía. En este caso, es para surtir de alimentos al colectivo Rexurdir Provincial, que ayuda a personas en exclusión social y toxicómanas. Es un voluntario el que acude a recoger el género. Este hombre señala: «En el centro de día de Rexurdir cada vez hay más gente. Se nota que con los tiempos que están las necesidades se disparan». Y casi la misma frase la pronuncia Teresa, que también llega con un coche a recoger los dulces navideños. Ella es voluntaria de Cáritas en Mourente y se lleva la mercancía para entregarla a un buen puñado de vecinos de esta parroquia pontevedresa. Dice que entre el desastre que supuso el covid para muchas economías domésticas y la inflación tienen que atender a muchas más personas vulnerables: «Vuelven los pobres vergonzantes. Sabemos que están pasando necesidades pero les cuesta venir a pedir comida. Tratamos de llevársela nosotros o de citarlos a una hora en la que sepamos con seguridad que no hay nadie más, porque de lo contrario no acuden». 

«Estoy en el paro y ayudo»

A Teresa le ayuda a subir la mercancía en su vehículo un voluntario que lleva puesto el peto del Banco de Alimentos de Pontevedra. Es el más joven de los que ayer colaboraban en el almacén. Peina los 28 años y hasta hace poco tiempo trabajaba en Stellantis en Vigo. Se quedó en el paro y le preguntó a sus padres si se les ocurría un sitio donde pudiese ser útil mientras buscaba un nuevo trabajo. Le pusieron en la pista del banco y ahí llegó hace un mes. Se imaginaba que vería a mucha gente necesitada, pese a que el banco no reparte comida directamente a familias sino a oenegés que luego la distribuyen. Pero no creyó que la realidad fuese tan dura: «No sabía que había tanta pobreza tan cerca nuestra», espeta. Fuera llueve. Pero escuchándole el diluvio no tiene importancia. Escampará. El aguacero de penas en ese almacén igual tarda más en amainar.