Xoeliño y Vetusta Morla, esos rapaces «indies» que hablaron bien y se hicieron verbeneros en Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Con agosto desfilando que es gerundio en el calendario, en el Río Verbena Fest, se demostró que queda verano para los músicos que, sin perder su rumbo, le echan pólvora de fiesta al repertorio

27 ago 2023 . Actualizado a las 18:29 h.

«Yo no sé cómo se les dio por ponerle Verbena a este festival, ni que fuésemos a ver el Combo». La frase salía de la boca de una rapaza (dejémoslo claro desde el principio: vamos a tomarnos la licencia, como hicieron en la madrugada del sábado desde el escenario del Río Verbena Fest de Pontevedra, de llamarles chicos, rapaces o jóvenes a los cuarentones y cincuentones que mayoritariamente poblaban este fuero) que con el sol aún haciendo justicia en el cielo se encaminaba al recinto ferial de Pontevedra. No le faltaba razón. El Río Verbena Fest, que bebe de esa locura de meter una palabra inglesa en la pota se cueza lo que se cueza, tiene justificado lo del río. Se celebró a tiro de piedra del Lérez. Casi, casi desde los escenarios se podía lanzar una caña al cauce pontevedrés por excelencia. Fest era porque los conciertos se pagaban como en casi todos los festivales que pueblan Galicia. ¿Y verbena? Allí, como bien advertía esa chavala, no había ni tiro al pichón, ni coches de choque ni tampoco andaban los de la comisión de fiestas con el metro en la mano a ver si entraba o no el camión de la París de Noia. Todo al contrario, la parte de arriba del recinto ferial pontevedrés, habitualmente aparcamiento, estaba totalmente caracterizada como coqueto salón urbano; con las foodtrucks funcionando y la música de Sabina (de la mano de la banda tributo Conductores suicidas) sonando a plena luz del día. Así que no. Aquello no era ni parecía una verbena. Pero cuidado que vienen curvas. Porque, varias horas después de empezar a sonar la música, ya con la noche como cómplice, ningún notario certificaría que aquello no era una noche verbenera. Y que grandes indies como Xoel López, Xoeliño para los amigos en Pontevedra, Vetusta Morla o The Rapants no pueden tocar lo suyo haciendo de paso una festaza

La tarde comenzó calurosa. Blanco Palamera andaba por el escenario cuando por el Verbena Río Fest se pasaron el alcalde Lores y la concejala pontevedresa Gulías. Ambos de blanco, casi con atuendo de festival ibicenco, conversaron con los organizadores de la cita musical y concluyeron: «Hai un ambientazo». Y lo cierto es que sí, que aunque el cartel tenía mecha hasta bien entrada la madrugada, por la tarde ya había ganas de bailoteo, que al fin y al cabo a cierta edad, cuando uno se paga el ocio con el sudor de la frente, siempre prefiere que le duelan los pies a no amortizar la entrada. La comitiva municipal brindó en lo alto de una de las furgonetas de la organización. Pero luego bajó a la tierra y acabó perdiéndose entre el respetable. Igual estaban haciendo cola para cenar. Que las había y abundantes. De hecho, comer un trozo de pizza en hora punta igual salía por media hora de fila india. Cierto es que si uno lograba llevarse al buche uno de los bocatas que ofrecía Coren no iba a tener más hambre en toda la noche. Y puede que aún le sobrasen patatas fritas para la vuelta a casa. 

Sí era muy de verbena la disposición de los palcos. Uno a la izquierda y otro a la derecha, como cuando tocan alternándose dos orquestas. Sobre el guion, sin que los horarios se fuesen de madre, se subieron al escenario los componentes de Jenny and the Mexicats, fusionando todo lo que se puede fusionar y demostrando que la noche iba a ser animada. Acabaron incluso sacando al rebelde que casi todos llevemos dentro aunque las canas comiencen a poblarnos y saltar en los conciertos sea ya un ejercicio de riesgo. Allí estaba toda la parroquia, dedo en alto, entonando Molotov al grito de de «gente que vive en la pobreza, nadie hace nada porque a nadie le interesa». Bastó esa sola canción para que el personal volviese a creerse veinteañero. Adolescente incluso. Ojo, que igual era algo con lo que ya venían de casa. Porque digna de mención es la legión de hombres y mujeres hechos y derechos, de esos que en los ochenta ya andaban dando guerra, que acuden a los festivales con la cara llena de purpurina, brillantes y todas esas cosas que se supone que caducan en el tocador cuando se tira más por el antiojeras.  

Conscientes de que el patio les quedaba alborotado, al otro lado del recinto, en el otro palco, Conductores Suicidas, la banda tributo a Sabina nacida en Pontevedra, se arrancó a lo grande. Lo hizo con Princesa para seguir hurgando en la nostalgia y dándole luces a aquellos tiempos en los que la vida era una sucesión de noches de excesos. Nos robaron el mes de abril. Y hubo quien se arrepintió bastante, escuchando cómo la voz del cantante se parece descomunalmente a la del crápula por excelencia de la música española, de que la del pirata cojo le pillase esperando por un bocata o ya guardando sitio ante el otro escenario para uno de los grandes momentos de la noche: el conciertazo de Xoel López. 

Se arrancó Xoel con Tierra, como si quisiese despistar a los que llevan años sin verle y le recuerdan como un tipo ciertamente triste. Pero nada más lejos de la realidad. Xoel, Xoeliño, como le llamaría poco después el cantante de Vetusta Morla, venía a hacer fiesta. Pasó por sus grandes temas de forma magistral, puso a bailar al respetable el ritmo del merengue más mítico de Juan Luis Guerra y tocó todo lo que tenía que tocar para que hasta quienes recibían por teléfono vídeos del conciertazo que estaba dando afirmasen sin titubeos: «Este tío es pura magia». Con sus pelos descolocados, su labia con conciencia y ese aspecto de tipo desgarbado que solo pasaba por allí y sin embargo lo da todo, se atrevió hasta a tocar sin gaita la Muiñeira de Lugo. Solo un aturuxo podía servir de agradecimiento entonces. ¡Hei carballeira, Xoel!, apetecía espetarle en la cara. 

Muy meritorio el papel de Flecha Valona, el grupo al que le tocó la pelota envenenada de actuar en el otro escenario mientras en el palco grande, el del Xacobeo, Xoel López decía adiós para que luego llegase Vetusta Morla. Los jerezanos que heredaron el nombre de una carrera ciclista demostraron que lo suyo es la montaña: porque pedalearon a fondo hasta que lograron mover a cientos de personas desde un escenario al otro y arriesgarse a no coger sitio en primera línea para ver a Vetusta. No puede decirse que la hazaña fuese pequeña. Tienen, como mínimo, una etapa ganada, maillot amarillo para ellos. 

Al revés que la Cenicienta, los de Vetusta Morla, los más esperados de la jornada, llegaron con la complicidad de la medianoche. No veían en carroza. Pero al poco de dar comienzo el recital muchos se la habrían puesto. Decía una fan descomunal que para los incondicionales fue uno de los mejores directos de la banda. Quién sabe. Pero si cuando el sonido falla unos segundos en vez silbidos hay coros, la gente sigue afinando la garganta con Golpe maestro y hay quien incluso aprovecha para arrancarse con Bailaches Carolina es que la cosa mal no está yendo. Pasaron por casi todos sus éxitos, desde 23 de junio hasta Bailando hasta el apagón o Maldita dulzura. Igual Pucho, el cantante, y los demás de la banda no lo saben. Pero cuando se les dio por entonar Copenhague casi cortocircuitan el concierto. A saber qué le ocurría a una pandilla que estaba cerca de la mesa de sonido y que cuando sonó la canción comenzó a llorar al completo. El llanto del grupo era tan llamativo que casi nadie pudo seguir mirando al escenario. Ojalá fuese de emoción la cosa. Pero por minutos parecía que la tristeza les zarandeaba.

A ellos, a los que lloraban, y al resto del mundo Verbena Río Fest, les vino de perlas que la cosa se pusiese reivindicativa para sacudir un poco la emoción. Pucho, al micrófono, se puso firme reclamando el fin del «acoso estructural a las mujeres». Habló de las campeonas del mundo de fútbol; de lo que hicieron dentro y fuera del campo. Y gritó por el fin del machismo. Luego, más fiesta. Solos y con Xoeliño. Porque de repente anunciaron a un gallego global y allí apareció de nuevo en escena Xoel López. Al que si le dan elegir elige que uno de los temas míticos de Vetusta abandone el nombre de Finisterre y se llame como debería llamarse: Fisterra. La tocaron juntos y la tocaron bien. 

Pasaban los grandes éxitos y algunos se preguntaban si ante tal escaparate de mejores letras iban a dejar algo gordo para el final. Se despidieron con Los días raros. Quizás porque la madrugada del Verbena Río Fest tenía algo de rarita, siendo un concierto para el recuerdo y también una verbena memorable. La parte final de la noche se consumió con las mismas ganas de jolgorio. Buenos son The Rapants para dejar escapar las ganas de fiesta del personal. Los rapaces de Muros fueron pura tralla de principio hasta el final con sus camisas irreverentes. Y tan animada estaba la cosa que el personal ni siquiera paró de bailar cuando los rapantes de la ría muradana se escaparon de la red y sonó Corazón salvaje de Marcela Morelo a todo trapo. 

La noche seguía joven por el recinto ferial. Que por cierto sobre las dos de la mañana se parecía más a un campo minado de plásticos que a otra cosa, demostrándose eso de que ser guarro no tiene edad. Porque sobraban contenedores. Pero los vasos de plástico se quedaron casi todos en el suelo. Debe ser que la generación del Cola-Cao no se sabe esa que ahora cantan todos los niños, la de «los envases del verano, siempre van al amarillo». Están a tiempo de aprenderla. Que no hay planeta b, parece ser.