Selfis sobre petroglifos o desmontando castros

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

CUNTIS

cedida

Distintos concellos pelean contra prácticas, a veces surrealistas, que ponen en peligro el patrimonio

16 ago 2018 . Actualizado a las 07:49 h.

La foto del castro de Santa Tegra convertido en un merendero está dando la vuelta al mundo estos días. También llegó a los concellos de la comarca, donde ha servido para avivar la memoria de los gobiernos locales con respecto a prácticas, muchas veces surrealistas, que se hacen en bienes patrimoniales. Distintos concellos cuentan las peleas que tienen para que algunos visitantes -hay que decir que, afortunadamente, son casos aislados- no pisoteen petroglifos o muevan piedras de los castros. ¿Qué lleva a hacer semejantes cosas? Sobre todo, el ansia de sacarse los mejores selfis. Así de simple.

Empezamos en Cuntis. En Castrolandín, en el último año, el Concello se llevó al menos dos disgustos. En una ocasión se encontró con que, al igual que pasó en otros yacimientos castrexos conocidos como Baroña (Porto do Son), alguien había movido piedras del castro, poniéndolas muy vistosas y apiladas, seguramente para hacerse una foto con ellas. Igualmente, también se toparon con que alguien arrancó una piedra de un muro que estaba sujetada con argamasa. Por si esto fuese poco, hace unos días, también hubo que llamar la atención al conductor de un camión que montó el vehículo encima de la burga Lume de Deus. Cierto es que la piedra sobre la que se apoyó es contemporánea, pero bajo ella están los restos romanos. En este caso, por lo que parece, no hubo mala fe, simplemente fue un despiste y punto.

Desde Campo Lameiro, desde el centro de arte rupestre, cuentan que ya advierten a todos los visitantes de que no se pueden pisar ni tocar los petroglifos. Aún así, tienen que llamar la atención de quienes hacen caso omiso a la prohibición y, para sacarse fotos, se bajan de las plataformas y pisan los petroglifos. «Iso pasa sobre todo nas horas nas que peor se ven, que a xente achégase e ás veces písaos sinxelamente porque non os ve», indicaron ayer. Para aplacar las ganas de tocar los grabados de algunos incluso cuentan con una recreación de un petroglifo donde sí se pueden poner las manos. Resulta de utilidad, sobre todo, con las excursiones escolares.

Desde Caldas, el alcalde, Juan Manuel Rey, explica que hay una práctica contra la que se ven obligados a pelear a diario: «Todos os días hai peregrinos metendo os pés na burga. Iso non llo podemos permitir, non é un sitio para facer iso, sobre todo porque a cincuenta metros teñen un pío coa mesma auga na que, se queren, poden meter o corpo enteiro. Ás veces poñemos carteis, ás veces arráncanos, e sempre estamos insistindo co mesmo. Ese é un lugar para beber e para coller auga, pero non para lavar os pés», enfatiza el mandatario.

«Hubo incluso botellón»

En Marín, un municipio bastante preñado de vandalismo contra los bienes públicos, la concejala Marián Sanmartín señala que últimamente respiran tranquilos con respecto a los petroglifos de Mogor. Pero que ya lidiaron con tiempos difíciles: «Tuvimos épocas en la que nos pisaban bastante los petroglifos y hubo incluso botellón encima de ellos. Parece increíble pero era así. Desde que el centro de interpretación empezó a tener actividad ese tipo de prácticas fueron cesando y ahora mismo no tenemos problemas», señaló la edila, cruzando los dedos para que las cosas continúen como hasta ahora.

Lo mismo pide el regidor de Poio, Luciano Sobral, para el conjunto arqueológico de A Caeira. Bueno, en su caso incluso desea que las cosas vayan a mejor. ¿Por qué? Indica que no tienen problemas por usos indebidos sobre los propios petroglifos, pero que sí sufren constantes ataques vandálicos que dañan las pasarelas o los puntos de luz: «Aínda o ano pasado houbo que repoñer a iluminación, é unha mágoa gastar cartos porque alguén rompa iso. Oxalá que non volva pasar».

Aunque no se trata ya de yacimientos sino de arte contemporáneo, en la propia ciudad de Pontevedra también daría para una novela todos los usos (y abusos) que se les dan a las esculturas. La de los escritores da pie a sentarse y hacerse fotos, los niños corretean sobre ella y a veces los mayores también.