Los últimos porteros de Pontevedra: «Llevo 42 años en este edificio y no me jubilo porque esta es mi otra familia»

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Serafín Solla lleva trabajando 42 años en la portería de un céntrico edificio de Pontevedra
Serafín Solla lleva trabajando 42 años en la portería de un céntrico edificio de Pontevedra Ramón Leiro

Reivindican una profesión «muy desconocida» en la que es importante «oír, ver y callar»

22 nov 2024 . Actualizado a las 15:52 h.

Serafín Solla lleva corbata y americana. Y una sonrisa que es difícil sacarle de la cara. Tiene 67 años y el número 28 de la calle Rosalía de Castro es su puesto de trabajo desde hace casi 42 años. El 10 de enero de 1983 empezó a trabajar como portero en este edificio de 20 viviendas. Tenía tan solo 25 años. Ha visto crecer a los niños del edificio y ahora saluda a esos adultos que llegan con sus nietos a casa de los abuelos. A sus 67 años sigue al pie del cañón y no tiene marcada en el calendario una fecha para colgar las llaves. «Me gusta lo que hago, no me jubilo porque esta es mi otra familia», dice con cariño junto a la mesa de madera y el teléfono que conforman su pequeña oficina. Se encarga del mantenimiento, de recoger los paquetes y de cuidar de los vecinos, pero no descuida la limpieza.

Acude al cuarto del fondo de un portal recubierto de madera, con un sofá blanco en la esquina y varios cuadros iluminados. El hilo musical suena bajo para hacer más acogedora la estancia y Serafín regresa con un cubo de la fregona que lleva en el edificio tantos años como él. «Parece mentira que se le pueda coger cariño a las cosas materiales», comenta con humor mientras sostiene el caldero. «Hasta le he atornillado el escurridor», añade. Serafín es uno de los tres porteros que quedan en activo en el centro de la ciudad. «Es un trabajo muy bonito, estamos pendientes de lo que necesitan los vecinos y en la pandemia fuimos esenciales, son mi otra familia», apunta. Si tuviese que echar de menos algo de su día a día es el bullicio de los críos que había antes en el edificio y que jugaban en el patio trasero.

Pepe González es portero en el edificio donde estaba el antiguo cine Gónviz
Pepe González es portero en el edificio donde estaba el antiguo cine Gónviz Ramón Leiro

Lleva cuatro décadas viendo el ir y venir de esta céntrica calle. Es el veterano de los tres. Pepe González se acerca a los años que lleva Serafín. Lleva 37 años en el edificio que se levanta sobre el antiguo cine Gónviz. De hecho es en la antigua sala donde tiene su taller y una especie de museo que fue formando con los regalos que le dejaron muchos vecinos, algunos de ellos ya no están. «Siento esas pérdidas como las de un familiar», reconoce. En lo que sería el enorme patio de butacas, unas mesas sostienen los belenes que pondrá en unos días en los dos portales del edificio. Lo hace por los niños. «Todo lo hago con mucho cariño y los belenes es de lo que me hace más ilusión porque a los más pequeños les encanta, son muy agradecidos», reconoce.

Basta estar un rato escuchándolo para saber que derrocha bondad. «Somos como los padres o los médicos del edificio, somos su alma», reconoce sobre una profesión a la que llegó después de seis años trabajando en una empresa de decoración. «Ahora me preguntan muchos vecinos cuando me jubilo, pero cuando lo haga nunca podré olvidar a esta gente», reconoce. Tanto él como Serafín trabajan de lunes a viernes con jornada partida. Al menos eso es lo que marca su contrato. Pero Pepe reconoce que llega mucho antes por voluntad propia. Siente este edificio de 76 viviendas como parte de su casa. Son una prolongación de la familia. Y ha aprendido que una de las claves para trabajar en armonía es «oír ver y callar, eso es lo más importante para un portero». Sabe el vecino que baja enfadado sin que se lo diga, «pero nosotros no nos podemos meter en cotilleos», asegura el conserje que tiene una pequeña oficina en el portal, donde cuelgan sus diplomas y los regalos que le han ido haciendo los vecinos.

Carlos Balije, en el patio del edificio que atiende desde hace siete años
Carlos Balije, en el patio del edificio que atiende desde hace siete años Ramón Leiro

Los porteros de estos tres edificios reivindica su profesión. Asegura que no está en vías de desaparición, sino que es necesaria y «una gran desconocida». «Muchos creen que estamos aquí sentados saludando a los vecinos, pero es mucho más», advierte Carlos Balije. Es el más joven de los tres. Lleva siente años cuidando del centro residencial Liáns, uno de los más grandes de la ciudad. «El edificio tiene seis portales, siete plantas y un patio interior con una sala de reuniones y una pista de squash», detalla este portero. Se parece más a Emilio, el personaje al que dio vida Fernando Tejero en Aquí no hay quien viva.

Muchas horas de limpieza

Llega con los guantes puestos y en manga corta en una mañana lluviosa. Y es que este portero no para. De las ocho horas que tiene la jornada, siete las puede pasar limpiando el edificio. «Hay que aspirar las alfombras de todas las plantas y tener los portales y los espejos en condiciones», explica antes de enseñar el patio: «Ahora me toca podar las palmeras y estas plantas que tengo aquí (señala media docena de macetas) las estoy recuperando».

Empezó a trabajar en este edificio después de años como autónomo. Sus hermanas, que tienen una peluquería en la zona, le comentaron que el anterior portero estaba a punto de jubilarse y él no lo dudó. «Traje el currículo y me hicieron una entrevista. A los pocos días ya estaba aquí trabajando», reconoce con orgullo. Vive en la portería de un edificio con 93 pisos. Carlos cree que la clave para sacar adelante este trabajo es ser «cuidadoso y tener un buen carácter, además de tener un poco de paciencia y psicología».

Serafín, Carlos y Pepe disfrutan con su trabajo. Saben que de su buen hacer depende el día a día de muchos vecinos. Hay días más duros, como «cuando hace años estaba la sede del PP aquí abajo y había alguna amenaza de bomba», pero ninguno renunciaría a una profesión que reconocen que «no es imprescindible, pero sí somos necesarios».