Pilar manda en un mundo de hombres, guarda la esencia del aguardiente de caña

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PORTAS

ADRIÁN BAÚLDE

Es la tercera generación de un oficio del que solo saca el beneficio de honrar a su padre. En un mundo de hombres, ella manda. Controla la receta tradicional que no quiere que desaparezca

09 oct 2025 . Actualizado a las 21:37 h.

Pilar Piñeiro vive en Briallos (Portas) en una casa donde a media mañana manda el silencio. Ni siquiera el camión del butano que para frente al portal le hace parar la conversación. No hay ruidos, si acaso el viento del norte que empieza a soplar y la banda sonora que llega del gallinero. Junto a una cocina de leña se va soltando poco a poco. No da mucha importancia a lo qué hace, pero en el fondo sabe que es casi única. Es una de las pocas mujeres en Galicia que hace aguardiente de caña. Desde que era una cría vio como su abuelo y después su padre lo elaboraban en la bodega de casa y lo vendían para dar de comer a la familia. Eran otros tiempos. Ahora, esta augardenteira de Portas no le saca beneficio económico, pero sí uno más grande, el de honrar a su padre. «Empecei cando morreu meu pai hai 28 anos», explica esta mujer. Aunque en su familia siempre fue un negocio de hombres, ella se puso al frente de la receta. Lo dice con humor porque es su marido quien le ayuda y quien muchos creen que hace el aguardiente. «Meu pai deixoulle a pota ao meu fillo e meu sobriño para que fixeran a caña, pero eles non teñen tempo e ao final está unha muller ao fronte», reconoce con humor Pilar.

Desde su cocina explica con detalle la elaboración. «Despois de estrugalo viño e prensalo, sacamos o bagazo para a caña. No fondo do pote botámoslle vides e palla para que non se queime e logo vai ese bagazo», comenta Pilar, que sigue contando con mimo como va saliendo el aguardiente. «Unha vez que ferve, esperamos a que pingue para apagalo lume», señala. En ese proceso habrán pasado casi ocho horas. Cada uno de esos potes lleva 16 litros, una cantidad con lo que después fabricará aguardiente de hierbas, tostada, verde y de miel. «Esta última probamos a facela o ano pasado e din que esta boa, este ano haberá que repetila», explica. Ella no bebe alcohol. Es la maestra del aguardiente, pero no lo prueba. Su único vicio confiesa que es el tabaco. «Hai anos que os augardenteiros se dicía que eran moi bebedores, pero non soamente son unha muller facendo caña senón que non o probo», advierte.

Todo lo que producen es para que lo disfruten la familia y los amigos, porque de sacar los permisos para venderlo no quiere ni oír hablar. «A nosa pota ten un rexistro que declaramos a Facenda. Cada vez que temos que facer a caña temos que sacalo e pagar 50 euros por día e non podemos facer máis de dúas potas por xornada», reconoce Pilar. «Cando vivía o meu pai non era así, el o facía e logo os vendía polas feiras, con eses cartos levantou esta casa. Vivíamos desto e logo cando remataba a tempada, ía ao monte», recuerda Pilar Piñeiro Caramés, que se emociona al hablar de su padre. Es por él por quien se puso manos a la obra para no dejar morir un oficio en vías de extinción. «Agora hai tanto permiso que sacar que cada vez son menos. Leva moito tempo facelo e case non se lle saca beneficio», recalca. Cree que con ella desaparecerá la tradición de hacer aguardiente. «Cando morreu meu pai pasamos dous ou tres anos sen sacar permiso para facer augardente e precintáronos a pota», recuerda.

La maquinaria, en la bodega

Tiene la pota en la bodega. Junto a ella están todas las herramientas que necesita para elaborarlo. Con el rastrillo que enseña rasca el fondo para que nada se pegue y remueve. Conoce la pota a la perfección, pero con humildad asegura que todavía le queda mucho para alcanzar el nivel de su padre. «Agora usamos alcoholímetros, pero antes quentábase con leña e era capaz de controlar a ollo se estaba ou non forte. Se tiña moito alcohol ao pingar facía moita burbulla», recuerda Pilar sobre el oficio que heredó de su padre.

Esta augardenteira lo hace por pasión, no como negocio. No quiere que hacer aguardiente de forma tradicional caiga en el olvido y eso le hace renovar el permiso cada diciembre para poder elaborarlo. «É moitísimo traballo, ten que haber alguén sempre pendente de como vai o proceso, cando éramos novos e o facía meu pai, era unha festa porque ata asábamos chourizos e comíamos todos xuntos», recuerda mientras muestra por donde pasa el líquido desde el alambique hasta la pota y como baja por un circuito de tubos hasta caer gota a gota y ya frío en el recipiente.

No podría vivir sin hacerlo y tampoco sin compartirlo con la familia y con los amigos, como aprendió de su padre.