
Lllegaron Croacia y Argentina a semifinales abrazados a dos liderazgos asombrosos. En Croacia Modric, a sus 37 años, da a diario lecciones de un liderazgo de época. Cuando Modric está por medio todo es felicidad, alegría, generosidad. Vive y genera ambientes cargados de armonía en forma de pases en todas partes, con una producción de calidad en una cantidad incomparable.
Argentina llega la final de mano de un genio que desafía todas las leyes de la física y del fútbol. Se puede ser el mejor andando. Su pase de gol y la manera como tiró los penaltis contra Países Bajos solo son propios de alguien que está por encima del juego.
Al lado de alguien que, cargando con todo un país al hombro, es capaz de tirar un penalti de esa manera, uno debe sentirse imbatible.
Empezó el partido trabado, repleto de miedo y sistemas simétricos que no permitían que se desatascara por ningún lado. Aunque pronto Brozovic supo donde situarse para encontrar la ventaja que le hiciera llevar el balón a Kovacic y Modric para así controlar el balón, aunque nunca el partido. Un dominio sin daño. Es decir, nada. En medio de ese tanteo, Julián Álvarez encontró hueco para su insistencia en una desatención de los centrales de Croacia. Errores que penalizan ante un equipo con el colmillo de Argentina. Messi resolvió el penalti a lo Messi. Imponente. Poco después Julián Álvarez volvió a encontrar el camino para su instinto encarando a unos defensores que no defienden. Otra vez. 2-0.
Croacia buscó con dos puntas una solución a la holandesa. Puso dos delanteros, pero no los buscó, siguió jugando como si no estuvieran.
Argentina compensó con otro central, Lisandro, que junto a Otamendi no llegan a un metro y ochenta centímetros. No importa si son argentinos, el fútbol de verdad no se mide.
Ahí apareció Messi para sepultar cualquier debate cursi sobre quién es el mejor jugador de su época. En su mesa solo comen Maradona y Pelé. Apareció el astro para regalarle el tercero a Julián, la aparecida frescura de Argentina.
Argentina huele a valores esenciales del fútbol. No tiene un entrenador que sobreactúe obligando a jugar al equipo con el libro de instrucciones para su mayor gloria. No hay ni perfiles, ni principios ni modelos. Solo futbolistas que como tales se comportan, pudiendo ser ellos mismos. Argentinos, con alma, con colmillo. Un gran finalista.