Cuenta el cuento que la Bella Durmiente se pinchó con una rueca y quedó dormida unos cien años. Terminado el cuento, cogió la costumbre de no madrugar. Es lo que tiene ser princesa. Dormía y dormía y, como no trabajaba, cada vez se iba quedando sin dinero para comprar alimentos. Al ser tan perezosa, llegó un día en el que ya no pudo mantenerse. Decidió entonces aventurarse a buscar trabajo, recorriendo día y noche toda la ciudad.
Buscó en una cafetería y vio el horario. ¡De 8 de la mañana a 12 de la noche! ¡Casi se desmaya! Nada, no lo podría soportar. Buscó en una inmobiliaria. ¡Tampoco! ¡Dos horas eran demasiado para ella! Caminó cabizbaja horas y horas hasta que… ¡bum!, chocó con la puerta de un comercio oscuro, con telas de araña y sucio. Parecía una funeraria. La atendió el dueño, el señor Morticio, un hombre siniestro y un poco raro. «Busco trabajo», dijo la princesa, poco convencida, «pero es que soy muy dormilona». «Entonces este trabajo es perfecto para ti. ¡Se trabaja durmiendo a todas horas para poder probar los ataúdes!», contestó el señor Morticio. «¡Trabajarás de muerta a cambio de una vida tranquila y perezosa!». «¡Acepto!». Es lo último que dijo la princesa antes de caer rendida dentro de una cama eterna.
Si por casualidad os tropezáis con este local viejo y oscuro, veréis todavía a la princesa durmiendo y durmiendo. Pero no olvidéis que, en realidad, aunque esté dormida, nuestra querida princesa ¡está trabajando!
Alejandra Maseda Lorenzo. 10 años. Santiago de Compostela.