No sucedió de un día para otro, pero el final se precipitó. Malgastamos y contaminamos tanto el agua de nuestros ríos que fue inevitable que llegara aquel día aciago en el que los grifos vertieron sus últimas gotas.
La alegría con la que durante tanto tiempo se produjo el derroche dio paso a la tristeza por lo perdido y el llanto se instaló en nuestras vidas. Pero haciendo de la desgracia virtud, el pesar que nos compunge es, curiosamente, lo que nos mantiene con vida, pues el agua que brota con dolor de nuestros ojos es la fuente de la vida que todavía tenemos.
Ya no tengo horario exacto ni lugar fijo, voy donde me llaman, o mejor, donde me lloran, recogiendo gota a gota las lágrimas de quienes lamentan la abundancia perdida y repartiéndolas entre los que las necesitan y esperan esa lluvia que no llega.
Carlos del Canto de la Fuente. 61 anos.