Caballo ganador

Rubén Díaz Valcárcel

RELATOS DE VERÁN

21 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Solamente el Sr. Atkinson advirtió el pequeño punto al final de la calle. El punto pronto se deformó hasta convertirse en la silueta de un elegante caballo. Tras de sí dejaba un rastro de polvo que se confundía con las columnas de humo en el horizonte. Al llegar junto al Sr. Atkinson, el caballo le mostró lealtad arrodillándose a sus pies. Su piel estaba parcialmente quemada, su pecho sin apenas musculatura y sus cascos no habían recibido atención en años. El Sr. Atkinson se derrumbó y, con sus diminutos ojos llorosos consiguió acariciar al caballo. Los ojos del animal se cerraron solemnemente. Los habitantes de la aldea no habían visto tanta ternura desde hacía años, observando la escena desde la distancia y la admiración. El Sr. Atkinson era uno de los tantos del goteo de supervivientes que habían llegado huyendo del humo. Fue cuidado y sus heridas se fueron cerrando, pero nunca había articulado palabra.

La aldea nunca le había preguntado nada, como a tantos otros llegados. Se pasaba el día tallando caballos de madera que dejaba sigilosamente en las pocas casas con niños, y estos disfrutaban de este modo de su único juguete en medio de la barbarie. Parecía que el haberse ganado la confianza de los pequeños originaba la de todos sus habitantes. El Sr. Atkinson se arrodilló ante el que todos ya habían reconocido como el caballo inspirador de las tallas de madera. Lloró sin tregua abrazando el cuello de su caballo. El pueblo se retiró de las calles en respetuoso silencio, solo un niño se acercó con una palangana de agua, y el caballo, miedoso al principio, pero confiado por la presencia de su amo, aceptó el regalo. El niño se retiró cuando el caballo se giró hacia el Sr. Atkinson. Este consiguió sonreír por primera vez desde que llegó a la aldea. Segundos más tarde, por el mismo lugar por el que aquel punto había surgido, el caballo abandonó el pueblo montado por el Sr. Atkinson. Pronto ambas figuras se convirtieron en una especie de borrosa línea, y segundos más tarde en un punto que desapareció entre las columnas de humo del horizonte.

Rubén Díaz Valcárcel. 49 anos. Berlín.