La tarde era sofocante. Un hombre y una mujer dormitaban sobre las sábanas castigadas de una cama de motel a la orilla de la playa.
El sol alargó uno de sus brazos sobre el espejo de la pared, reflejando su luz sobre los ojos de él. Despertó suavemente. Oteó su entorno, exhaló un suspiro y después de unos segundos de meditación susurró:
—Lucía, cariño, me viene el recuerdo de nuestra primera siesta de amor, hace ya 20 años, en aquel hotel de la playa, en Portugal. Estábamos rodeados de ilusiones futuras, trazando el largo camino que pensábamos recorrer juntos, paso a paso, las estaciones en las que nos detendríamos, cuántos hijos tendríamos, el color de sus ojos, que serían de mayores, a cuál de los dos le saldría la primera cana. Si llegaríamos a tener nietos y tendríamos una segunda juventud—.
A su lado, la mujer morena, de piel joven, tersa y brillante, de pelo negro intenso, de olor a miel, se despereza y pregunta:
—¿Con quién hablas, amor?
—Llamaba a mi mujer, hoy es nuestro aniversario, me voy a casa.
Fernando Fernández Rey. 71 anos. A Coruña.