De su rutina diaria, lo que más le costaba hacer a la viuda Perado era pasar tiempo fuera de casa. Aun así, movía su dolorido cuerpo todas las tardes en una marcha lenta hasta el banco del parque junto a la iglesia. Aquel día salió, como tantos otros, con su labor en una bolsa de tela. Evitó una caída al bajar torpemente a la carretera para no ser atropellada por un ser centrado en su móvil que ocupaba con sus perros toda la acera. A continuación, pegándose a un escaparate, evitó ser arrollada por unos adolescentes de risa floja. No, este mundo ya no era para ella. Suspiró resignada y continuó su camino. Llevaba un rato sentada en su rincón preferido, tejiendo, sumida en sus rumiaciones. Observaba de vez en cuando los columpios, madres y padres alrededor, personas paseando de vuelta de algún recado... Fue entonces cuando un joven militar de inmaculado uniforme la sonrió antes de sentarse a su lado. La disgustaba compartir espacio cuando había otros bancos libres, pero continuó con su tarea como si tal cosa: al fin y al cabo tenía buen aspecto. De repente, por el rabillo del ojo, vio cómo la bolsa de su labor, situada entre los dos, se movía. Recordó al instante que había guardado allí su reloj para estar más cómoda mientras calcetaba. No se lo podía creer. Aquel chico tan bien parecido, tan formal, la estaba robando a plena luz del día aprovechándose de su fragilidad. Y lo peor es que nadie se estaba dando cuenta. ¡Estaba harta de tanto abuso! Pensó rápido tejiendo frenéticamente. La bolsa seguía moviéndose. ¡El muy villano seguía rebuscando en sus cosas! En un alarde de valentía muy impropio de la señora Inés, empuñó las agujas contra el costado del militar sin dignarse a mirarle y le exhortó: Deje usted el reloj en la bolsa. Esta dejó de moverse al instante. ¡Que deje el reloj en la bolsa ahora mismo! Repitió suave pero con contundencia. Cuando él finalmente lo hizo, nerviosa, recogió con gran apuro. Temblorosa y colorada por el atragantón, cerró la puerta de casa. Basculó la saca sobre el asiento del sofá y miró con estupor el contenido. Entre la lana había dos relojes.