Fue entonces el sol, como una campana tibia resonando sobre los tejados de Loira, el que acarició su espalda cuando ella, con esa mirada que siempre ha sabido leer los silencios, le dijo: «No me gusta ese lunar».
No era el mar, ni el zumbido de las cometas, era ese minúsculo signo en la piel —oscuro, irregular— lo que detenía ahora el domingo soleado, como si el tiempo hubiese trastabillado en medio de un campo de dunas. Ella lo supo porque el miedo tiene memoria, y su cuerpo ya había pronunciado aquel nombre que aún le cuesta recordar: melanoma. La doctora no tardó en confirmarlo. Fue breve, profesional, casi impersonal. «Extirpación inmediata. Biopsia. Seguimiento». Palabras cortas que abren puertas largas al vértigo, pero ya en casa, mientras la lluvia de la noche golpeaba los cristales, ella le preparó un té y dijo, sin dramatismo, solo con esa templanza que da haber cruzado el infierno y haber vuelto: «Ahora toca vivir como si ya estuviéramos en el futuro». Y eso hicieron. Desde aquel domingo, cada mañana les pertenece.
Se despiertan con la luz sobre el estuco de la habitación alquilada, en ese rincón del mundo que escogieron como refugio tras dejar la ciudad donde nacieron sus hijos, donde construyeron sus vidas en paralelo con la Historia, con las fábricas que se cerraban y los tranvías que se oxidaban. Ferrol quedaba atrás como queda un sueño: persistente, neblinoso. Lo recuerda en la humedad de las aceras, en el aliento de las farolas antiguas, en los rostros de vecinos que ya no están. Ella, antes de dormirse, aún repite nombres de tiendas y esquinas, y él imagina los pasos jóvenes de sus hijos con aquellas mochilas que pesaban menos que sus esperanzas. Ahora, en Valdoviño, la brisa huele distinto, como más viva. Las gaviotas no traen noticias, pero sí promesas. Y a veces, al caer la tarde, miran al mar y recuerdan. «El presente —dice él— es solo un eco”. Y ella, con los ojos fijos en el horizonte, responde: «Entonces hagamos que resuene como una canción, porque si la vida se mide en instantes, este —aquí, contigo— ya es eterno».