Cada cinco semanas paso unos días en Madrid. Cojo el tren que sale de Vigo los viernes después de las cinco de la tarde. El viaje de vuelta varía y depende de cosas de la agenda. Esta vez volvía en un tren que sale de Chamartín el lunes por la tarde. Tenía la mañana del lunes libre. Llamé a un amigo. Me recogió y fuimos al hipódromo. Nos pusimos al día, hablamos de las familias, hijos, la vida. Me contó que está preparando una exposición y que se le echa el tiempo encima, que tiene muchas ideas que quiere plasmar, me contó cosas sobre composiciones, colores y no sé qué más. Con intención de ayudarle, le expliqué que escribir las ideas es una magnífica herramienta de trabajo. Que es un filtro de coherencia. Que verbalmente puedes expresar muchas ideas, planes y proyectos con alternativas contradictorias. Al escribirlas, las contradicciones se ponen de manifiesto, se ordenan las ideas, se priorizan, etc. Le dije que esto lo aprendí hace años leyendo una biografía de Lee Iacocca, ejecutivo del sector de automóvil que fue director de Ford en la época del Mustang. Se lo expliqué con cierta timidez por esa creencia de que el mundo de la eficiencia, eficacia, productividad y mejora en los que me muevo está muy alejado del de los artistas. Mi amigo me contó que los pintores barrocos y realistas del siglo de oro eran verdaderos currantes. Que ejecutaban sus obras con métodos estrictos que exigían gran dedicación. Me habló del proceso creativo, de los bocetos y pruebas previas. Me habló de cuadricular el lienzo para conseguir la composición buscada o para trasladar al cuadro una prueba hecha a otra escala. También me habló de técnicas para utilizar la luz en los cuadros. Técnicas mejoradas cuadro a cuadro. Nos despedimos en la estación. La próxima vez que nos veamos continuaremos la conversación en donde la hemos dejado, como hemos hecho tantas veces.