El apagón

Francisco Blanco

RELATOS DE VERÁN

30 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En el mes de abril pasado se produjo el apagón eléctrico, que nos mantuvo con el alma en vilo al quedar a dos velas, nunca mejor dicho: internet se declaró en huelga, de repente los trenes se detuvieron, los semáforos se apagaron, la televisión dejó a todos in albis, las cámaras frigoríficas dejaron de enfriar y la luz brillaba por su ausencia. Pasaron las horas y la noche se echó encima. Abandonados a su suerte, intentaron agenciárselas con su mejor saber y entender para hacer frente a la total oscuridad nocturna. Las linternas, velas y otros artilugios fueron el antídoto para paliar en parte tan sorprendente apagón. En las primeras horas de tal noche, con dos linternas como únicos focos lumínicos, renacieron en mi mente aquellas noches de mi lejana infancia en la aldea de mi nacimiento cuando la mortecina luz eléctrica fallaba más que una escopeta de feria y pasaban días y días sin aparecer a causa de las nevadas que caían muy copiosas y las heladas cortaban los cables o los vendavales acababan con los postes por los suelos en cualquier lugar del recorrido. Había que echarle mucha cachaza y una inmensa paciencia para soportar semanas sin la compañía de aquella luz tan escasa como necesaria. Mientras tanto, los candiles, faroles, velas y la luz desprendida de los tizones de las lareiras hacían de haces lumínicos para combatir la más negra oscuridad en aquellas interminables y medrosas noches invernales. Muchos se acostaban con prontitud para ahorrar energía; otros se reunían en las lareiras de vecinos, que contenían un buen grado de calor por los troncos quemados, y aprovechaban las horas, antes de acostarse, para pasar veladas agradables y fantasiosas. Allí no faltaba el jarro de vino y muy especialmente la narración de cuentos sobre lobos, trasnos, meigas, muertos, santa compaña, fantasmas, endemoniados, sacauntos y demás leyendas. Había algunos que le echaban mucho ingenio y al cuento le daban hechura de tanta veracidad que a los pequeños, que no perdíamos ripio, nos ponía la piel de gallina por el miedo que nos causaba pavor. Al salir de allí, en la noche medrosa y oscura, el cuerpo nos temblaba como un junco azotado por un viento huracanado. Aquellos tiempos no volverán, pero nunca se sabe si otro apagón como el de abril volverá y con él los recuerdos de aquellas noches de antaño.