Entre San Cibrán y punta Roncadoira se extiende una línea de acantilados en la que destacan la ensenada de Portocelo y el inaccesible islote rocoso de Ansarón
29 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.| Mientras el todoterreno que lleva a cronista y fotógrafo va dando tumbos para un lado y otro, resulta difícil imaginar cómo fue el viaje del ilustrado coruñés José Cornide por este trozo de la costa lucense, entre el faro de San Cibrán y el que adorna punta Roncadoira. Porque el caso es que él lo hizo, y eso en 1764 debió de ser una auténtica hazaña visto lo inhóspito del terreno.
Y es que esa ribera es, sin duda, la más agreste de A Mariña lucense, batida siempre por un viento que a la postre acabó siendo el mejor aliado de aquellos que defienden como pueden a Galicia de la especulación del cemento y del ladrillo (véase Foz y Barreiros, por ejemplo, destruidos estéticamente).
Cornide deja para la posteridad que «a media legua de distancia del citado puerto [de San Cibrán] está el cabo de Morás, conocido por de San Ciprián». Él sin duda tenía ante sus ojos una zona baja y arenosa de la que hoy queda un poco de arena y nada más, porque el resto ha sido ocupado por la mayor agresión no urbanística de la costa lucense: Alúmina Aluminio, que dejó incluso reducido a la nada el puerto de Morás, al otro lado de la abierta bahía. Y llamativo: el texto escrito por el ilustrado, Descripción detallada de la costa de Galicia, no cita para nada a esos bravos cazadores de ballenas, cuyos descendientes se dedican ahora, claro está, a otras faenas.
Sí hace mención a un enorme islote que en la cartografía aparece con varios nombres y él denomina Serón, y al que se accede por pista terrera que se convierte luego en sendero y que parte de la aldea de Morás, a la derecha en el centro de la minúscula localidad (atractiva iglesia). Un maravilloso paseo para hacer con niños y comerse el sándwich frente a ese islote de Ansarón que está «desviado de tierra firme a tiro de fusil».
Desde ahí se divisan a la izquierda otros dos peñascos más, de los que Cornide dice: «A oeste de esta isla hay dos farillones (sic) o islotes llamados Netos [...] y distan el uno del otro un tiro de pistola». No hizo mención a la gran calidad de los percebes que en ellos viven, porque, como es sabido, tal marisco gozó de mala reputación hasta hace muy pocas décadas, y tan solo los pobres entre los pobres no tenían otro remedio que comerlo.
La siguiente cala es Sucastro, un topónimo que se refiere a la existencia de una aldea prehistórica construida en ese monte cuya ladera acaba siendo engullida por las olas. Y un poco más allá, la ensenada y pequeña playa de Portocelo, más lo primero que lo segundo, otro lugar estupendo para comer al aire libre toda la familia, a lo que ayudan los bancos y mesas cuyos inmediatos alrededores, por cierto, necesitan una urgente limpieza y adecentamiento.
A partir de ahí hay que ir a la descubierta, lo más pegado a la costa posible, para encontrar la pista ancha y descendente que lleva a Roncadoira.