El gallego que escapó del piso 47

Tatiana López

SANTIAGO

José Salgado, un ourensano de Ramirás que trabajaba en el World trade Center, relata a nuestra corresponsal en Nueva York como huyó escaleras abajo de la Torre Norte.

11 sep 2011 . Actualizado a las 15:56 h.

Tiene un marcado acento americano (al fin y al cabo vive en Estados Unidos desde los 4 años), pero habla un correcto español del que a veces se escurre un humor muy gallego. Sin embargo, José Salgado (Ramirás, Ourense, 1962) no está estos días para muchas bromas. El recuerdo de aquella mañana del 11 de septiembre vuelve con fuerza a su cabeza y los sentimientos se le amontonan en el corazón. «Yo trabajaba en una sucursal del First Union Bank en la planta 47 y el primer avión impactó en la 67», revive este hombre, a quien La Voz entrevista en el décimo aniversario del atentado.

Casado y con dos hijos, José cuenta que ese día fue el pequeño de la familia el primero en darse cuenta de que su padre estaba en peligro. «Joshua se había quedado en casa enfermo y al verlo por la televisión fue él quien avisó a mi mujer», comienza su relato. «Mami, mami, ¿daddy no trabaja ahí?», le preguntó el niño a su madre segundos antes de que ella se arrojara sobre el teléfono para tratar de hablar con su marido, aunque no logró dar con él. Desde el momento del ataque hasta que José pudo hablar con su mujer, pasado el mediodía, transcurrieron cuatro interminables horas, 240 minutos en los que cada segundo fue determinante para las miles de personas que se encontraban dentro de las torres y cuyo destino acabaría por decidirse en solo un instante. Esa mañana José había llegado al banco temprano. Se encontraba en una reunión con su jefe cuando el primer avión impactó contra el edificio. «Yo me caí de la silla y el edificio se balanceó de derecha a izquierda al menos cuatro veces. Salí fuera de la sala sin saber qué había pasado», dice José.

El último en salir

Aunque en su relato José se esconde siempre detrás del «nosotros», del grupo de «los que estábamos», es fácil adivinar que su posición como mánager le obligó a tomar muchas de las decisiones que salvaron las vidas de sus compañeros. Porque fue él el primero que llamó a las autoridades locales para saber qué instrucciones de seguridad tenían que seguir todos los empleados. Fue también él quien, tras comenzar a ver cómo caían por la ventana pedazos de avión, decidió sacar a todo el mundo de aquella oficina e incluso mojar toallitas de papel en agua para que la gente pudiera respirar mejor. «¿Que si había hecho algún curso de supervivencia antes de eso? -contesta con una sonrisa burlona-. Qué va, todo fue muy improvisado. No hicimos fila para salir ni nada, todo fue? muy a la gallega». Eso sí, él fue el último en salir de la oficina, cerciorándose antes de que la caja fuerte del banco estaba cerrada. «Hay que considerar que en aquel momento la decisión de abandonar no era fácil. Ten en cuenta que no se sabía lo que estaba pasando y que, como éramos un banco, teníamos dentro de la oficina oro, bonos, incluso una caja fuerte con abundante liquidez», continúa contando José. «Reconozco que cuando eché la llave a la sala jamás imaginé que nunca la volvería a pisar».

Diez años después de ser usadas por última vez, las cuatro llaves con las que José abría cada día su sucursal en el World Trade Center están ahora guardadas en una caja de madera junto a otros objetos que este gallego criado en Estados Unidos utilizaba en esa época. Pero algunos de los recuerdos de aquel día son más difíciles de encerrar. José cuenta que en los meses que siguieron al 11 de septiembre acudió a varias terapias de grupo para tratar de superar la tristeza que le sobrevino tras la muerte de varios compañeros. «Nada más abandonar la oficina nos dimos cuenta de que una de las escaleras estaba colapsada de gente. Decidimos tomar la otra y allí nos encontramos con una compañera que se estaba ahogando por culpa del humo. Le ofrecimos nuestra ayuda, pero ella insistió en quedarse a descansar. Nunca más la volvimos a ver», relata José. Otra de sus compañeras fallecidas ese día había presentado su dimisión en la empresa unos días antes. «Ella tenía un bebé y quería cambiar de trabajo, pero el jefe le pidió que se quedara una semana más. Siempre me pregunto qué hubiera pasado si no hubiese estado ahí», cuenta José.

«Corrí y corrí»

Como la pelota de tenis que Woody Allen inmortalizó en la famosa película Match Point, también los momentos que siguieron al atentado de las Torres Gemelas estuvieron marcados por decisiones tomadas en una milésima de segundo, por esos instantes donde el instinto se antepone a la razón y la suerte al destino. «Cuando por fin llegamos al recibidor, el grupo se separó en dos. Unos se fueron a la izquierda y otros tiramos para la derecha. Yo solo sé que salí corriendo porque en aquella época tenía 10 años menos y mucha más energía. Corrí y corrí hasta que crucé la calle y no fue hasta entonces cuando escuché el sonido», recuerda José. Cuando por fin tuvo tiempo de girar la cabeza, José solo vio una cosa: la estructura de la segunda torre desplomándose encima de sus compañeros. «A veces la gente me pregunta: ¿por qué lo hiciste?, ¿qué pensaste?, ¿por qué te fuiste a la derecha? La verdad es que yo ni pensaba que podía pasar algo así, ni temía por mi vida, yo solo quería salir -continúa-. No fue hasta mucho después cuando me di cuenta de lo que había significado el atentado». Para lograr asimilar el impacto que el ataque iba a tener en su vida, José tendría todavía 12 horas más. Ese es el tiempo exacto que le llevó cruzar a pie desde la zona del bajo Manhattan hasta el estado de New Jersey, donde su mujer fue a recogerlo en coche pasadas las ocho de la noche. Mucho antes ambos habían conversado por teléfono gracias a la solidaridad de un mecánico local que le permitió utilizar su línea para contactar con su familia. «Recuerdo que lo primero que me dijo mi mujer es que mi madre ya había llamado varias veces desde Galicia y que lo mejor era contactar con ella cuanto antes para no preocuparla», recuerda. De hecho, Teresa, la madre de José, no creyó que su hijo seguía con vida hasta que logró hablar con él en directo gracias a un programa de radio. «Básicamente la conversación fue ella llorar y yo no poder hablar», asegura José mientras recuerda divertido que su cuñado lo recibió con una botella de vino en la mano para celebrar su buena fortuna.

Miedo a todo

Pero la alegría de vivir duró exactamente lo que tardó en sonar la primera llamada telefónica. «Cuando descolgué el auricular me di cuenta de que era el marido de una de las compañeras que decidió salir por la izquierda. Para mí fue uno de los momentos más duros de toda mi vida. Tener que contarle que no la volvería a ver, que había muerto porque ella decidió tirar para el otro lado», lamenta José. Un año después del ataque, Salgado volvería a sufrir la culpa que azota a los supervivientes después de que el padre de otra compañera, la que se quedó descansando en las escaleras, le preguntara por qué no habían salido todos juntos. «No supe qué contestar. Yo no la conocía desde hacía mucho, pero sabía que era una chica joven, del Caribe, y que era muy agradable», asegura.

Pero para José el recuerdo de los que murieron fue solo el comienzo: «Al principio te vuelves alguien completamente distinto. Los dos o tres primeros años tienes miedo a entrar en los túneles, en los puentes, los aeropuertos. Luego te vas calmando, aunque siempre miras con desconfianza las cosas». Según algunos de los expertos que han analizado el efecto pos-11-S, el ataque a las Torres Gemelas tuvo un efecto ambivalente entre la población de la isla. Algunos neoyorquinos decidieron abandonar la metrópoli traumatizados por el recuerdo de una ciudad que ya no volvería a ser la de antes.

Mirar hacia delante

Sin embargo, la mayoría de los habitantes de Manhattan decidieron continuar con su vidas. «Hace poco, el alcalde Bloomberg dijo que debíamos dejar de llamar zona cero adonde antes habían estado las torres. Yo también creo que es hora de seguir para adelante», asegura José Salgado, quien, como la mayoría de los que vivieron ese trágico día, considera que el Gobierno estadounidense no ha hecho lo suficiente para ayudar a los afectados. «Me da la impresión de que los políticos han restado protagonismo a las víctimas del 11-S. Ahora mismo, por ejemplo, han impedido que mucha gente que ayudó en las tareas de rescate pueda estar en el aniversario porque dicen que no hay espacio. ¡Claro que hay espacio para todos! Otra cosa es que quieran estar todos los políticos», reclama. Tampoco el espectáculo que rodea estos días al aniversario ha sentado bien entre los afectados por la tragedia. «La gente acude ahí para hacerse fotos y a mí me dan ganas de decirles que el sitio merece un poco de respeto, que la zona cero es una tumba para miles de personas».