reflexiones sobre el vidrio

La Voz

SANTIAGO

artistas contemporáneos reivindican en reflexarte el valor de este material como medio para la creación de piezas con personalidad a través de múltiples técnicas

28 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Debido a una falacia generalizada, desde el siglo XVIII se extendió la idea de que toda obra realizada en vidrio tendría que estar supeditada inevitable y únicamente al campo de la artesanía, disciplina que cumplía con el valor funcional y decorativo que se les suponía a todos los objetos realizados en ese material. El territorio de la estética contemporánea quedaba, según esta jerarquización académica, desvinculado con el utilitarismo. Por lo tanto, ningún objeto realizado en cristal estaba considerado obra de arte. Solo la ingeniería constructiva, al reinventarlo como elemento arquitectónico junto al acero y al hierro, lo emplearía con otros usos en los inicios de la industrialización.

Cuando las vanguardias liquidaron viejos prejuicios, no tuvieron reparo en integrar periódicos, cajetillas de tabaco o la rejilla de una silla en sus colajes; ni siquiera Picasso puso impedimentos a la cerámica o al esmalte como medios de expresión, porque cualquier material servía para redefinir significados. Pero fue a Marcel Duchamp al que, desmarcándose como siempre de la línea oficial, se le ocurrió dibujar y pintar a su antojo su última historia con el arte sobre dos grandes láminas de cristal. Después, ya se sabe, se dedicó a jugar al ajedrez.

En general, pues, en el ámbito contemporáneo el vidrio fue un material ninguneado y relegado. Los artistas no lo apreciaban. La dificultad técnica, así como los medios necesarios para su manejo, posiblemente ayudaron también a esquivarlo.

En la reciente Bienal de Venecia del 2011 se quiso reivindicar como componente artístico, convirtiéndolo en protagonista absoluto. Se encomendó a autores internacionales la creación de obras inspiradas por la aparente delicadeza del material fabricado en Murano. Varias exposiciones esgrimieron su ductilidad y su versatilidad formal. Con él se construyeron todo tipo de propuestas que no hicieron más que confirmar que todavía quedan nuevos horizontes por explorar.

Justo unos meses antes de que se inaugurara el evento italiano, en A Coruña, se reunían una serie de escultores, nueve gallegos y dos portugueses, para indagar todas las posibilidades del vidrio a nivel plástico. Difícil misión, teniendo en cuenta que todos, a excepción de Julia Ares, eran autores habituados a trabajar el hierro, el bronce, el acero, la madera, la arcilla o la piedra.

A través de técnicas como el vidrio laminado, plano, termofusionado y termoformado, y la esmaltación a fuego, los artistas, en líneas muy diferentes, optaron por la relación interdisciplinar con el dibujo, la pintura o las nuevas tecnologías, por imbricar su propia escultura en cajas de cristal o por apresar la naturaleza, representando gaviotas, desnudas ramas de árbol o unas simples y frágiles hojas. Durante meses fueron fabricando sus sueños en un medio que no dominaban pero que acabó plegándose, acomodándose a cada personalidad.

La espectacular muestra en el Museo do Pobo Galego se abre con un vídeo de Tiago Madeira en el que el proceso constructivo de la obra empieza con su destrucción. Una plancha cae con toda su fuerza hasta hacerse añicos. El artista la reconstruye dándole una nueva vida. En el claustro se engarzan el mar transparente de Julia Ares y un cruce de caminos de Álvaro de la Vega; después el túmulo funerario de Tono Galán, levantado con restos transformados en arte, y en el montaje del Salón Real, el comisario José Luis Rey organizó el espejo de Patinha, una lograda conjunción escultórica de Soledad Penalta, los ojos que todo lo ven de Carmen Senande, una Última cena de Acisclo Manzano, fragmentos del jardín de María Xosé Díaz, las medusas colgantes realizadas con acetato de Montse Rego y un surrealista y original sándwich de Paco Pestana.