Una Vespa en la casa de Dios

Nacho Mirás Fole

SANTIAGO

Membrete oficial del Vespa Club de Santiago de 1965
Membrete oficial del Vespa Club de Santiago de 1965

El cardenal Quiroga recibió en la catedral en 1965 la donación de una escúter

07 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Si nunca se han puesto a los mandos de una Vespa, entonces no saben lo fantástico que es, como dice la celebrada canción del grupo Lùnapop, «dar vueltas con los pies sobre sus alas». La Vespa, la escúter más vendida del mundo, es algo más que una moto. Es un objeto de culto que nació en Italia del intercambio de pensamientos e inquietudes entre el empresario Enrico Piaggio (1905-1965) y el ingeniero aeronáutico Corradino D?Ascanio (1891-1981).

Finalizada la segunda Guerra Mundial, a Piaggio se le ocurrió la idea de fabricar un vehículo que fuese cómodo, barato y fácil de manejar. Don Enrico encargó un primer diseño que no colmó ni por asomo sus expectativas, así que se puso en contacto D?Ascanio y este replanteó la situación partiendo de cero. Primero dibujó a una persona sentada y erguida, en posición cómoda, y luego diseñó un vehículo a su alrededor. «Bello, sembra una vespa!», dice la leyenda que exclamó el empresario cuando el ingeniero D?Ascanio le mostró un boceto que, en cierto modo, recordaba a las líneas de una avispa.

No pasaron demasiados años hasta que Galicia se contagió de la picadura del insecto más famoso del mundo, encarnado en una moto con una mecánica sencilla y un robusto bastidor de acero que le daba a quien la conducía una libertad de movimientos que jamás habría soñado. Y una legión de entusiastas de la gasolina con mezcla se pusieron de acuerdo para disfrutar de sus motos en comunidad.

Un año especial

El año 1965 fue especial en muchos sentidos para Santiago de Compostela. Fue, quizás, el primer año santo a lo grande y el Régimen se volcó para que el mundo pusiera sus ojos en la tumba de Santiago el Mayor, patrón de las Españas, más que un apóstol o un santo, un símbolo por el que Franco sentía debilidad, como también por ese despojo sagrado que es la mano incorrupta de Santa Teresa.

Política y religión aparte, el caso es que a los clubes vespistas les pareció que Compostela, en pleno fragor jacobeo, bien valía una visita. Y fue así como se organizó una de las peregrinaciones motorizadas más numerosas que se recuerdan. La gestionaron las asociaciones españolas, pero fueron muchísimos los vesperos de toda Europa que acudieron a la llamada; vinieron más de mil.

La prensa de la época, principalmente El Mundo Deportivo y La Vanguardia, dedicaron amplias crónicas a la concentración que se desarrolló el sábado, 19 de junio de 1965.

El momento álgido llegó cuando el presidente del Vespa Club de España, Manuel Aguilar, entregó al cardenal Fernando Quiroga Palacios una moto nueva del trinque «para que fuese destinada a una de las parroquias de España más necesitadas y pobres». Era una 125 fabricada ese mismo año por Moto Vespa S.A. en Madrid y su donación supuso algo nunca visto hasta entonces: la Vespa entró hasta el mismísimo altar mayor de la catedral, tal y como se observa en la foto, y allí -apagada, eso sí- la recibió su eminencia reverendísima, que se cuidó mucho de subirse encima.

Quiroga contestó la ofrenda con un discurso a la altura de las circunstancias: «Veo en vosotros un elemento más de esa puesta al día que el Padre santo, y con él el Concilio, nos enseñan a todos, con vuestros aires renovadores. Vuestros vehículos, que trepidan por las carreteras, son un auténtico homenaje al primer motor inmóvil: Dios nuestro señor». Y aceptó el «peculiar presente» como «símbolo de los tiempos modernos». El único humo que se olió a continuación fue el del Botafumeiro. Sabe Dios qué habría pasado en la batalla de Clavijo si Santiago Apóstol, en lugar de a caballo, se hubiese aparecido, escarranchado, sobre las cachas de una Vespa blanca.

nacho.miras@lavoz.es