Sin escrúpulos

SANTIAGO

05 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Alos incendiarios decirles que su monte se quema les entra por un oído y no les sale por el otro porque están aplicándolo al chisporroteo de los matojos que acaban de incendiar. Da igual el motivo que se aloje en sus deteriorados miolos. El pirómano, con causa o sin ella, es un ser sin escrúpulos. Y además sabe que quemar o malograr un país le sale barato. La distancia entre la catástrofe ambiental que provoca y la pena que le espera es tan ridícula que el término disuadir no existe en el diccionario de los incendiarios. La palabra «ejecución» que emplean los anuncios institucionales es lo suficientemente atroz como para sacudir las hojas caducas de la conciencia, pero los seres inconmovibles no tienen reparos en ejecutar a los bosques y a sus habitantes. Lo decía una compostelana lamentando la muerte de un gato tiroteado. El que le dispara a un minino por divertirse, le dispara a un humano para ver como enrojece su camisa. Con la sensibilidad anulada, el mundo aumentará las plantillas policiales y los redactores de sucesos seguirán siendo los reyes del mambo informativo y del debate en los cenáculos. En Compostela hay tertulianos que abren el diálogo por la página de sucesos. Ayer este redactor ha cazado a unos aguzando su labia en torno a los petroglifos de Villestro que un pirómano destrozó. Uno de ellos expresó su deseo de que los signos rupestres de la piedra se vieran mezclados por arte de estampación con los del rostro del incendiario. Los comentarios crueles de taberna son inocuos y se escapan por la boca, pero los que bullen por la mente del despiadado necesitan un arma o una cerilla.