Tras 33 años de servicio en el cuerpo, a Jose Ramón le llegó el momento de decir adiós. No ocultó su emoción, no en vano se pasó la mitad de su vida en el seno de la policía local. Pero tampoco su alivio. El hasta ahora inspector es sensato y honesto: la edad, quiérase o no, va restando capacidades y «preséntase a dúbida». Por otra parte, llega una gente cada vez más preparada para el desempeño de la labor y para asimilar los cambios de legislación. Además, hoy hay móviles y la cantidad de llamadas que llegan a la sala de pantallas policial es ingente: «Non das atendido a totalidade».
Cuando el encuentro con José Ramón toca a su fin en la cafetería del hospedaje As Hortas, se incorpora el jefe policial José Manuel Traba a tomar un café. ¿No siente perder al inspector Ruanova? «Claro que o sinto, pola súa capacidade e pola amizade que temos dende hai 33 anos», responde Traba. Son los años que ambos compartieron tras haber accedido juntos en la misma promoción. Surge en la charla la evolución de la ciudad y del propio servicio policial desde entonces: «O cambio a partir de Estévez e Bugallo foi brutal. É outra cidade, máis dinámica e bonita». José Ramón asiente a las palabras de su ya exjefe.
«É unha cidade na que coñeces a moita xente. Para min está moi ben. Non é moi grande, ten moitas zonas verdes...», comenta Ruanova. A unos cincuenta metros rúa Hortas arriba, San Fructuoso y la sede policial se miran. Y se miran como amigos, para José Ramón: en ese templo, que es el de su parroquia, se bautizó. Y lo frecuentó durante 33 años. Desde su casa materna podía observar Raxoi, la Catedral, el Hostal y la Costa de Cristo con los coches policiales. Y los fuegos del Apóstol. Un magnífico rincón.