Indicios

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

26 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Parece que nada hubiera pasado. Un agosto más se nos escapa veloz, como si al reloj le hubieran puesto una liebre, mientras las calles siguen atestadas de los visitantes que hacen funcionar el engranaje de la economía compostelana. Y sin embargo estos no son unos días como otros. La ciudad está mudando de piel con una celeridad inusitada. Cambian las formas y también los criterios. El debate sobre las barreras arquitectónicas ha quedado solapado en nombre de la seguridad. El bolardo ha pasado de ser denostado como obstáculo a ser reclamado como escudo. Y el macetero, desprovisto de su función de ornato, es ahora apreciado como dique de contención. Para aplacar el recelo, el desasosiego o directamente el miedo. Porque lo más inquietante es que ya no apreciamos esos elementos que brotan por doquier como piezas de mobiliario urbano, sino como barreras y, en el fondo, como indicios que nos mantienen alerta, aunque sigamos desbordando la almendra y sus terrazas.

Los padres estamos bien adiestrados en esto. En casa podemos desenvolvernos con cierta normalidad mientras el perro de juguete de la niña sigue perpetrando su cantinela en la habitación de al lado. Pero si dejamos de oír «tengo un hocico» o «siempre estaremos juntos» ya sabemos que esos segundos de silencio serán el prólogo de un pequeño accidente que en el mejor de los casos acabará en llanto y en el peor en un puñetero chichón. Por eso es mejor asumir con conciencia la utilidad que pueden tener esos robustos bolardos y maceteros sin ponernos estupendos. Claro que ninguna ciudad verá premiado su urbanismo por ellos, pero esta historia es otra.