La vida es una sucesión de avatares en la que a menudo te encuentras con pasajes que ya has vivido. Es eso que solo los franceses (a lo sumo los francófonos) pueden llamar déjà vu sin que parezca una estupenda cursilada, y que suele evocar un vago recuerdo de algo que tampoco nos emocionó lo suficiente como para merecer una imagen fresca en nuestra memoria. Más inmediata es la reacción ante una escena que reproduce otra similar que nos permite anticipar su desenlace. Entonces pensamos que esa película ya la hemos visto. Porque por mucho que el foco de la dramática historia del Titanic se pose sobre un romance a bordo o sobre las peripecias de una camarera ya sabemos de antemano que al final el buque acaba en el fondo del océano.
Y algo parecido sucede con algunas de las noticias que nos provocan más desvelos. Por ejemplo, con las que conllevan un impacto en nuestra economía doméstica. Ocurre cuando hacen una obra en la autopista y piensas que indefectiblemente encarecerá el peaje. O cuando ese comercial de una suministradora energética llama a tu puerta y, después de hacerte ver lo imbécil que eres por pagar más de lo que deberías, te plantea una oferta en la factura de la luz por la que sabes que acabarás pagando el descuento a través del servicio mantenimiento a cuya contratación va aparejado. El último ejemplo es de estos días. ¿De verdad son necesarias tantas vueltas para saber si corresponde al prestamista o el prestatario liquidar los gastos de la constitución de la hipoteca en la compra de una vivienda? ¿En serio queda alguien que no sepa cómo acabará esa peripecia? Qué bonita es la niñez.