El club

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

19 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Een el barrio de As Cancelas hay un bajo que tiene la verja echada y en cuyo toldo negro, en letras grandes y blancas, puede leerse: «Club de Fumadores». Pasé por delante el otro día, y aparqué mi coche para hacerle una foto al exterior del establecimiento. Subí la imagen a las redes sociales, y la acompañé de un pequeño relato. Una breve narración en la que imaginaba que habría personas ahí adentro, bebiendo y conversando, mientras sonaba la música a poco volumen. Luego alguien en la acera se encargó de despertarme de mi breve y fugaz ilusión. «Eso lleva ya mucho tiempo cerrado», me dijo un vecino en la acera. A veces todo cambia demasiado rápido. Hasta hace bien poco, se fumaba en el trabajo, delante de los niños pequeños, en locales cerrados y en medios de transporte, y a todos nos parecía el orden natural de las cosas. Se respiraba humo en todas partes. Luego pasa el tiempo, y con la perspectiva que otorga, desde la distancia, miramos atrás y nos echamos las manos a la cabeza. El endurecimiento de las normas fue empujando a los fumadores a su exilio particular, y a juntarse en espacios en los que disfrutar de sus costumbres. Muchos se habrán ido aburriendo, o tal vez hayan fallecido, así que el local de As Cancelas se muestra como la huella imborrable de un tiempo que parece lejano, pero que no lo es tanto. Los clubes de fumadores aparecen así ante nuestros ojos como las cintas VHS, como los carretes de fotos o como las máquinas de escribir. Y entonces nos paramos y miramos esa verja y ese toldo como si alguien fuera por la calle con un radiocasete al hombro.