Mercedes

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

13 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace muchos años, creo que más de 35, me fui con una buena amiga (y lo sigue siendo) a León, ciudad que siempre me gustó. Paramos en casa de una pareja que ella conocía y trataba. La mujer, Puri, trabajaba en su misma empresa; el marido, cuyo nombre no quedó archivado en mi memoria, en Correos. Una gente de la que conservo un maravilloso recuerdo. Él, con sentido del humor, decía que una de las ilusiones de su vida era tener un Mercedes, pero que como sabía que sumando sus respectivas nóminas nunca llegaría a él, a su hija -también había un niño, hoy a su vez padre- le había puesto ese nombre: Mercedes.

No me acuerdo de casi nada de aquel fin de semana, indicio de que quedan menos neuronas aptas de las que funcionaban en su momento. Sí recuerdo con claridad a aquella niña, muy guapa, sencilla y algo tímida. Un encanto. Era muy pequeña, quizás 3 o 4 años, no sé. Pasó el tiempo, claro, le perdí el rastro a mi amiga porque cada uno siguió un camino diferente en la vida, volvimos a reencontrarnos con gran alegría mutua hace poco y en el intercambio de escritos -ella vive lejos- me interesé por aquella familia leonesa.

No llegué a saber si llegaron a comprarse un Mercedes. La pregunta me pareció improcedente del todo cuando me informó de que aquel hombre con sentido del humor falleció de repente, quizás rondando los sesenta.

-¿Y su hija Mercedes, aquella niña tan encantadora?

-Cuando tenía 6 o 7 años se fue a un campamento de verano y se ahogó en la piscina.

Y ahora que también es verano, que tengo en estos momentos a familiares en campamentos, mi mente se va para esa niña que no olvido. Con tristeza y cariño que espero que reciba esté donde esté.