Antes de que tan siquiera una de ellas (de nosotras) pudiese formar parte de aquella lista, los árboles tuvieron que desvestirse cincuenta otoños. Se llamaba Lina Wesmüller y la película que había dirigido (sí, dirigido) Pascualino: Siete bellezas. Aquel 1977 fue como asistir al leve roce de un cometa con la atmósfera. Un acontecimiento bello, pero raro. Solo ha ocurrido en cinco ocasiones en los últimos 90 años.
Ochenta y dos agostos se había hinchado a pleno pulmón de salitre aquella pelota teñida del azul intenso del verano antes de que una de ellas (de nosotras) sintiese deslizarse entre sus dedos el peso dorado de aquel trofeo mitificado. La película que había dirigido Kathryn Bigelow no podía llevar un título más profético. Lo adelantó Barbra Streisand. El momento había llegado. En tierra hostil había ganado el Oscar a la mejor dirección.
Sigue siendo un incendio intenso, pero efímero. Este año, en el que se sumaron 91 eneros poniendo los zapatos debajo del árbol, no había ninguna mujer nominada a mejor dirección. Ni a mejor película. Y sin embargo, aquí, al otro lado del océano, está a punto de sobrevenir una lluvia de meteoritos. Cuando el cine sabe por trigésimo tercera vez a la calidez ahumada de las castañas de Manolo, dirige una mujer. Y Laura Seoane trae con ella una constelación entera de directoras. Un eclipse solar en forma de cifra: el 40 % de los filmes de Cineuropa están facturados por ellas. Por nosotras. El maratón, la película sorpresa. El premio del público y las actividades paralelas. Todo viene a demostrar que no es que las mujeres no creen. Es que nadie había creído en ellas.