La chapuza no tiene quien la quiera. La foto ante una infraestructura de estreno resulta irresistible. Pero nadie se arrima a una obra mal rematada. Y el acuoso episodio vivido esta semana por la pasarela de la intermodal, y sufrido por sus usuarios, es la última prueba. El mismo proyecto del que hace unos meses todos presumían solo inspira ahora balones fuera. Y no es justo. La pasarela es el elemento más singular de la intermodal, y lo seguirá siendo cuando el ADIF complete el puzle un año de estos, encajando el edificio de viajeros en ese deprimente vacío que ahora separa la estructura diseñada por Juan Herreros de la marquesina de la terminal ferroviaria. El problema no está en la pasarela, sino en el material elegido para cerrarla, que lo mismo deja pasar una corriente refrescante en verano que una incómoda manta de agua cuando toca borrasca, algo que en Santiago nunca fue noticia. Por eso, diagnosticado el problema, lo suyo sería ponerle solución. Aunque seguro que no será tan sencillo. Al margen de las respuestas dispares de los implicados en la derrama, el autor defenderá la integridad del proyecto. Pero tan importante como dignificar su utilidad será tomar nota de la posición de la piedra para evitar chocar otra vez con ella. Porque llover seguirá lloviendo.