Con mayor o menor virulencia según la época del año y el grado de efervescencia de la movida universitaria, la conflictividad en torno al ocio nocturno es una constante en Santiago en los últimos cuarenta años. Una eternidad. Aquellas imágenes de las madrugadas del Ensanche con las calles atestadas de jóvenes se nos quedan ya ajadas, pero los problemas del ruido y molestias varias a los vecinos insomnes han evolucionado, se han diversificado y desparramado por los cuatro puntos cardinales de la ciudad a medida que la hostelería nocturna, como toda la hostelería, ha ido copando los espacios del centro, ya sea el histórico o el moderno, y sus aledaños, como sector poderoso y boyante que es —nos guste o no nos guste tanto— en el sustrato socioeconómico de la capital. Y como el sempiterno problema de la conciliación de intereses y derechos entre hosteleros y sufridos residentes dista de relajarse, conviene llamar la atención sobre dos hechos recientes que, de generalizarse y concretarse en cambios de actitudes, pueden contribuir de una forma significativa a avanzar en pos de una noche plenamente pacificada, que debería ser lo normal y no lo extraordinario en un país supuestamente civilizado. ¿Recuerdan haber escuchado a un hostelero entonar públicamente el mea culpa sobre las irregularidades perpetradas en su establecimiento y pedir perdón? Esto es lo que ha hecho Fredenly Mayora, titular del bar de la Praza Roxa que tiene la terraza más grande del Ensanche y que al reformar su local e incluso contratar un disyóquey se ganó una denuncia vecinal y el precinto durante más de dos meses hasta que pudo reabrir tras dejar el establecimiento como estaba inicialmente, sufriendo un serio quebranto económico. «Tenían razón y no hay más que decir, aprendí la lección», dijo Fredenly. El otro hecho significativo es el paso dado por todos los colectivos hosteleros de Santiago ofreciéndose a mediar allí donde haya cualquier problema entre establecimientos y su entorno inmediato, sean vecinos u otras actividades económicas. Esta buena voluntad debe transformarse en acciones concretas, para que no se quede en un amago producto de un calentón provocado por el estallido del conflicto en San Paio de Antealtares. Ahora, de las palabras a los hechos.