Pues oiga, sí, hay huelga mañana en el sector de la educación. ¿Y qué es lo que motiva tan radical protesta que a quien fastidia es al padre o a la madre y, claro, a la educación del crío o joven?
Uno echa mano del periódico y ve que los sindicatos han firmado un acuerdo con el conselleiro de Educación. Todos menos uno, la CIG, que debe considerar improcedente poner su rúbrica abajo, a lo cual tiene derecho, por supuesto. El que el segundo sindicato con mayor implantación en el sector, el tercero y el cuarto sí se hayan frotado las manos tras hacer el esperado regateo inicial les debe de sonar a traición, digo yo. Eso parece, porque la huelga no es contra la consellería, sino contra el propio acuerdo. O sea, contra los otros sindicatos.
Porque lo que han conseguido esos sindicatos responsables ya le gustaría a cualquiera: reducción de la jornada de trabajo en enseñanza primaria entre el 10 de septiembre y el 21 de junio de 25 a 23 horas semanales, entre otras mejoras. Oiga, tal cual: los profesores trabajarán 23 horas semanales. Y será raro que usted tenga el mail del docente, y este la obligación de informar diariamente a los padres y de estar dos horas a la semana ante el mail por si a alguien se le ocurre preguntar algo, como en Suecia. Y usted no puede ir de repente a hablar con el tutor de su hijo —¡En las escuelas rurales sí, porque ahí no hay un solo profesor que no se deje la piel!— quedando de un día para otro como en Gran Bretaña, y antes bien le reciben con cita dada como mínimo varios días (o semanas) de antelación porque tienen para ello una hora y si usted no puede, pues no puede.
Y la CIG llama a la huelga. ¿Quién dice que este país no es maravilloso?