El Tambre

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

28 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Seamos claros. En Santiago solo hay un polígono industrial y ese es el del Tambre. Costa Vella es un polígono de servicios y A Sionlla, una extraña mezcla de centro comercial abierto como también lo es Costa Vella, además de área industrial y nuevo destino de plataformas logísticas. Vamos, que el Tambre no solo es el abuelo de las zonas industriales con sus casi 50 años de servicio —los cumple en el 2025— sino que es la joya de la corona de los polígonos empresariales de Santiago y de toda su zona de influencia. Costa Vella y A Sionlla son en realidad prolongaciones del Tambre pero ahí las actividades comerciales y de ocio —ya solo le faltan salas de cine— igualan o superan a las propiamente fabriles, que son las que necesita la capital para incrementar y diversificar su muy débil perfil industrial. Mandan, por motivos obvios, el sector público y el turístico. El área empresarial del Tambre ha mejorado en los últimos años, con todas las limitaciones que impone su carga de cinco décadas y un planeamiento y unas infraestructuras que, de haber nacido hoy, no tendrían nada que ver con su aspecto actual. Solo hay que tomar el ejemplo de A Sionlla, con sus parcelas grandes, calles amplias y una calidad constructiva de las nuevas sedes empresariales que transmiten una imagen de modernidad. Pero de lo que no puede, de ninguna manera, resentirse el Tambre es de tener unos sistemas de seguridad obsoletos o, directamente, faltos de mantenimiento, averiados e inútiles. Porque precisamente por las características constructivas de muchas de sus naves y la altísima densidad de superficie construida, lo hacen especialmente frágil ante la posibilidad de una emergencia como el incendio acaecido en la noche del viernes en la Vía Edison. Basta observar una imagen cenital del lugar donde se produjo el siniestro, un conjunto casi imposible de cuantificar de naves literalmente pegadas unas otras, para darse cuenta de que pudo ser una verdadera catástrofe. Por eso, clama al cielo que el trabajo impagable de los bomberos se vea entorpecido porque el hidrante más próximo no funciona. Esa es una negligencia de competencia pública que contrasta con las implacables exigencias de seguridad que deben cumplir las propias empresas. Que no se repita.