Bartolo sigue vivo en Negreira

cristóbal ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Exterior de la iglesia de Logrosa, en Negreira, durante la huelga de misa de los parroquianos.
Exterior de la iglesia de Logrosa, en Negreira, durante la huelga de misa de los parroquianos. Cedida

Cuando el arzobispo lo desplazó a Santiago a petición de las fuerzas vivas, sus parroquianos convocaron una huelga de misa

07 abr 2024 . Actualizado a las 20:30 h.

Se llamó Bartolomé Sánchez Canals, mallorquín de nacimiento (1949), gallego de adopción y corazón y, además, cura. Apareció por Negreira en aquellos años 70 donde toda la sociedad se empezaba a mover y a rascarse las pulgas de la dictadura. Joven, sonriente, hablador con la gente, era lo contrario de un cura de los de sotana y cara austera. Bien al contrario, era un tipo muy amable, muy cercano, muy pausado y que hablaba con todo el mundo sin sentar cátedra, sino escuchando sus problemas y ofreciéndose para hacer lo que pudiera con el fin de solucionarlos.

O sea, un revoltoso, un incordio y hasta un revolucionario para el poder local establecido a sangre y fuego (la comarca vivió una durísima represión desde 1936, donde los caciques mandaban y ordenaban), que hizo todo lo posible para alejarlo cuanto más mejor.

Bartolomé Sánchez, con Torres Colomer en el 2002
Bartolomé Sánchez, con Torres Colomer en el 2002 JORGE PAMPIN

Bartolo, como le conocía todo el mundo, gozaba de la simpatía de la gente de a pie, tanto de los profesores del también incordiante Colegio Familiar Rural Dubra como de los vecinos que iban a misa. El sacerdote tenía su grupo de incondicionales en la parroquia de Logrosa, pegada a la villa nicrariense, que lo adoraban.

Para Bartolo, la palabra de Dios no era ni los latinajos en evidente y gran retroceso porque los tiempos ya eran otros ni las pomposidades de las grandes fechas, sino la propagación en el día a día de la fe que él tenía en lo que llamaba enseñanzas de Jesucristo. O sea, las acciones de este que explica el Nuevo Testamento. Para repetir: o sea, que el mundo no estaba dividido por inspiración divina en ricos que tenían mucho y labregos de Negreira que no tenían nada. A las clases pudientes, a los ricos (entre comillas) de ese concello aquello no les gustó nada.

Pero ganaron esa batalla y Bartolo fue apartado por el arzobispo y enviado a Santiago con encargos relacionados con la juventud. Y tal cosa indignó a sus feligreses, y se convocó una huelga de misa que provocó algún enfrentamiento dialéctico entre quienes se quedaron fuera y alguno de los que entró, sobre todo con el entonces dueño de la gasolinera local, quien días después amenazó a quien escribe estas líneas.

Aquello fue testimonial, en unos momentos en que la ciudadanía estaba lanzada, pero no pasó de ahí y, por supuesto, el arzobispo no dio marcha atrás. Bartolo, a su vez, aceptó el nuevo cargo sin ningún mal gesto y mandó mensajes a sus partidarios para que aceptaran el nuevo estado de cosas y que dieran su apoyo a su sucesor.

Así que aquel mallorquín volvió a vivir en las casas frente a la robleda de San Lourenzo, con su madre, a quien colmaba públicamente de elogios siempre que se le presentaba la ocasión.

Bartolo se dedicó a sus menesteres y se apartó de Negreira. Fue rector del seminario de San Martiño Pinario —y luego canónigo— y por allí seguía recibiendo alguna visita de sus amigos nicrarienses, siempre con la eterna sonrisa en la cara y algunos kilos de más en el abdomen, y de esto último él mismo se reía. Y allí mismo le venció el cáncer cuando había cumplido los 57. De eso, y de su multitudinario funeral previo a ser enterrado en el claustro de la Catedral compostelana, hace ya muchos años, diecisiete, pero su recuerdo pervive.