Veinte familias ucranianas en el Monte do Gozo: «No tenemos donde volver en Mariúpol»

Olimpio Pelayo Arca Camba
o. p. arca SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Marina Surkova vive con sus hijas y su madre en el albergue y espera a su marido, que combate en Ucrania, para empezar una nueva vida en España

16 jun 2024 . Actualizado a las 13:32 h.

El 30 de marzo del 2022 el albergue del Monte do Gozo abría sus puertas a una treintena de refugiadas ucranianas que llegaban tras la invasión rusa a su país. Veintisiete meses después, allí continúan 21 familias, con 17 menores, indican desde Cáritas, que sufraga sus gastos. Entre ellas está, desde hace cuatro meses, Marina Surkova (33 años), con sus hijas Verónika (8) y Daria (3), así como su madre Tetiana (53).

Es su última residencia en Galicia desde que el 21 de marzo del 2022 llegó a A Coruña, con Accem, y después de tres meses se trasladó a la zona de Santiago con Movimiento por la Paz: «Durante diez meses vivimos solas en un piso, pero la dueña no prorrogó el contrato. Nos quedamos en la calle, sin tener donde ir ni donde vivir, y el padre Roman nos aceptó en el albergue del Monte do Gozo», cuenta Marina. Ella trabaja dos días por semana en tareas de limpieza de hogar, y aunque busca un trabajo más estable y con mayor horario, «de momento es lo que hay». Señala que, ya sin ayudas económicas públicas, es el salario del que dispone. La salvación de la familia es la residencia en el albergue, que les proporciona la manutención, sin tener que preocuparse del pago de servicios básicos como gas, agua o electricidad.

Marina se desenvuelve en castellano. Desde hace un año va a clase en la Escuela de Idiomas e influyó mucho para su progreso la estancia en el piso: «Cuando vivíamos solas allí teníamos que resolver muchas cosas, así que practiqué mucho». Distinta es la situación en el albergue, explica: «Por una parte es bueno estar todos juntos, porque somos de la misma nacionalidad, tenemos las mismas costumbres y preferencias. Pero por otro lado nos quedamos aislados de la gente de España, estamos las 24 horas en un entorno de ucranianos y así se complica la integración con los españoles y con sus costumbres».

Es una cuestión que también advierte Cáritas, que se marca como reto integrar a estas familias en Santiago, con un puesto de trabajo y un piso que puedan pagar. Es una opción que aplaude Marina Surkova, aunque señala que para una mujer sola, extranjera y con dos niñas pequeñas «es casi imposible alquilar un piso, nadie nos lo quiere alquilar». Lo dice ella, que quiere refundar aquí su hogar: «Salimos de Mariúpol bastante traumatizadas, después de vivir el inicio de la guerra en un sótano. El 80 % de mi ciudad está destruida, quemaron nuestra casa y realmente no tenemos donde volver allí».

En Mariúpol se quedaron abuelos, tíos y el padre de sus hijas: «Está en el ejército, protegiendo Ucrania. Espero que un día, cuando acabe la guerra, él pueda venir a España y pruebe a vivir aquí, a empezar una vida de cero como una familia», lejos de los horrores que padece actualmente en el conflicto bélico.

Los mismos que dejaron sin hablar a la pequeña Daria un año y medio: «Estaba muy estresada y asustada. Hoy va muy bien, con un buen progreso». Lo dice mientras la pequeña sonríe y se anima, después de insistir, a decir un ‘adiós’ con acento extranjero, al tiempo que Veronika responde sobre su alimento gallego preferido: «Caprichos de Santiago».

Volverán niños de Ucrania a pasar el verano

El compostelano Enrique Iglesias preside Nenos de Ucraína e Galicia, entidad que empezó a organizar hace una década la llegada de niños de las áreas 1 y 2 afectadas por la catástrofe de Chernóbil hasta hogares gallegos para pasar el verano: «Podíamos traer de doce a trece chavales». La pandemia del coronavirus redujo aquella cifra, y el estallido de la guerra eliminó una acogida que se retoma este año: «Traeremos a dos niñas de la zona de Kiev, que se quedarán con una familia de A Coruña hasta el 5 de septiembre. Íbamos a traer a dos niños más, pero no pudo ser», porque la gente de allá tiene miedo a un viaje tan largo.

La entidad trabaja «solo en el área de Kiev. Fuera de ahí en estos momentos no tengo con quién hablar, ya que hay internados que cerraron porque no tienen donde refugiar a los niños en caso de bombardeo. Es complicadísimo reconstruir hoy las redes allí». Él irá el lunes 17 a recoger a las dos niñas a Bilbao, que llegan desde Ucrania con una integrante de la ONG Arco Iris. Otra acción de quien organizó el envío de 1,5 toneladas de material humanitario al país, hasta que las instituciones públicas recomendaron mandar solo dinero y la solidaridad empezó a decaer al cabo de un año. También ayudó a llegar a Santiago a varias refugiadas, entre ellas una hermana de la ucraniana que adoptó hace años.