Me llama una persona a quien no conozco y que muy educadamente me solicita que escriba un artículo sobre la lucha que llevan adelante los cuatro mil enfermos de ELA. Le contesto que este artículo sale en una edición comarcal del periódico, no en general, y que se centra en temas de cercanías.
Me intenta convencer diciendo que hay gente con ELA en la comarca, y sin duda es cierto, pero ante mi insistencia en la negativa da un rodeo y mete a Juan Carlos Unzué en la conversación, ex entrenador del Celta que también sufre la enfermedad y que al respecto largó en febrero un buen rapapolvo en el Congreso.
Me conmueve mi interlocutor, le explico que estoy de acuerdo con él y su réplica es que mañana mismo puedo ser yo el afectado, o mi mujer, o mi mejor amigo. Y tiene razón: es una puñetera lotería.
Pero el trabajo es el trabajo: esta columna es para asuntos comarcales. «Lo único que queremos es que haya unas mejoras legales, porque, aunque médicamente sabemos que esto es incurable, sí hay maneras de suavizar este tránsito», me dice.
Mientras hablo abro Google y veo fotos. Dramático. Leo por encima titulares de prensa y me quedo asombrado de lo lento que van las mejoras y las ayudas para esta gente, con un texto legal que salió a trancas y barrancas cuando lo único que no tienen los enfermos de ELA es tiempo. Aprieto los dientes y voy a dar la conversación por acabada. Mi interlocutor hace un último intento y me confiesa que él padece la enfermedad y que, si tiene suerte, quizás comerá el turrón.
Nueva negativa mía y despedida cordial. Lo que me parece increíble es que esos españoles que necesitan con suma urgencia más cuidados que los que reciben no los tengan. Simplemente.