Raquel Guerra y Ricardo Silva llegaron de Portugal engañados con la falsa promesa de un empleo y ahora deben sacarse el NIE para poder trabajar
27 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«No somos borrachos ni consumimos drogas». Esta es la carta de presentación de Raquel Guerra y Ricardo Silva, una joven pareja que llegó a Santiago desde Portugal hace unas pocas semanas y que duerme en la calle. Reconocen que tienen la sensación de que la gente «nos mira mal por estar en la calle. No me gusta y quiero tener un techo», confiesa Raquel. Por su parte, Ricardo indica que «algunos creen que, porque no voy sucio y llevo ropa limpia y buena, estoy en la calle porque quiero. No es así. Quiero un trabajo para poder alquilar un piso y tener una vida», subraya.
Mientras tanto, la red de apoyo de esta pareja se limita a los trabajadores y voluntarios del centro Vieiro que Cáritas tiene en la rúa Carretas. Allí acuden cada día Raquel y Ricardo a desayunar, ducharse, recibir asesoramiento para regularizar su situación y, cuando es necesario, para recibir un abrazo y palabras de aliento. Tras realizar gestiones y asistir, cuando les es posible, a entrevistas de trabajo, van a comer en la Cocina Económica. «La mayor parte del día estamos por la calle, hasta que llega la noche y buscamos un lugar para dormir», relata Ricardo.
Desde su llegada a Santiago, la pareja ha pernoctado en varios puntos de la ciudad. «Uno de los últimos fue en Pontepedriña. Pero nos tuvimos que ir, porque un día llegamos y había una persona ocupando el sitio, y para evitar problemas buscamos otro», explica Ricardo. Al poco de llegar a la ciudad, durmieron cobijados en una tienda de campaña, «pero la lluvia fuerte entró y la destrozó. Tuvimos que deshacernos de ella». Desde entonces, recurren a portales de edificios hasta que la suerte, ironizan, «se ponga de nuestro lado». Ricardo reconoce que Raquel «tiene miedo a la calle. Yo también tengo miedo por ella», confiesa. A Raquel se le terminó el medicamento que tomaba para la depresión —«no me lo dan aquí»— y su estado empeora. Ambos carecen de apoyo familiar. Ella pasó por un orfanato y a él lo enviaron a un centro de menores a los 9 años. «No somos borrachos ni malas personas. Solo nos tenemos el uno al otro, y sueño con tener un piso modesto y una vida», comenta Raquel, al tiempo que mira a su pareja.
Enredados en «mil trámites»
Llegaron a Galicia porque les habían prometido un trabajo en la vendimia. «Cuando cruzamos la frontera, llamamos y no respondieron. Era todo mentira», apunta Ricardo, mientras Raquel asiente al borde de las lágrimas. «Nos engañaron y nos vimos en la calle. Duele mucho estar así. La gente no nos ve. Somos personas. La promesa era un trabajo con un sitio para alojarnos. Todo mentira», denuncia Raquel.
Tras recorrer otras localidades gallegas, llegaron a Santiago y descubrieron que «tenemos que hacer mil trámites para poder trabajar. En Portugal un español llega y, como ciudadano europeo, puede trabajar, pero nosotros necesitamos el NIE [Número de Identidad de Extranjero]». Para obtener ese documento, primero tienen que empadronarse. «Lo hicimos y fue más rápido de lo creíamos. Ahora hay que seguir haciendo cosas». Al no tener el NIE solo reciben asistencia médica básica. «El médico no me receta los antidepresivos. Tiene que ser un especialista, y no llego a él», argumenta Raquel.
Aún sin los papeles, ella acudió a una entrevista para trabajar como limpiadora: «Creo que me llamarán. En Portugal trabajé en hospitales y hoteles, pero sin el NIE no puedo trabajar. Si lo consigo, me contrata». Sus únicos ingresos son los 270 euros que cobra cada uno como ayuda de Portugal. «Pero con eso no podemos alquilar nada aquí, y mucho menos en Portugal. Allí es todo mucho más caro que aquí», resaltan.
Sus sueños pasan por «conseguir un puesto de trabajo» en Compostela, pero mientras no tengan la documentación en regla tendrán que seguir esperando. «Podemos trabajar de camareros. Ricardo habla inglés. Con trabajo, todo mejorará», apunta esperanzada Raquel.
Alrededor de 20 personas están en la calle y otras 35 duermen en coches, junto a los ríos y en casas en ruinas
El número de personas que se ven obligadas a dormir en la calle en Santiago, o en lugares que no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad, ronda el centenar, según los datos que manejan en el centro Vieiro de Cáritas. «Unas 20 personas duermen literalmente en la calle», comenta Patricia Camiña, trabajadora del centro. A este número hay que sumar, matiza, «otras 30 o 35 personas que están en coches, furgonetas, en fincas junto a ríos y en casas en ruinas». El número se incrementa aún más añadiendo las 25 que pueden dormir en el albergue de Xoán XXIII y las ocho que están residiendo en los dos pisos del Concello que gestiona Cáritas. En viviendas de esta entidad hay otras 32 plazas en la Diócesis. «Para los pisos del Concello hay lista de espera», apostilla Camiña. Ella cree que la situación es especialmente crítica cuando se trata de parejas, porque «en el albergue no pueden estar juntos, y en los pisos no hay opción a una entrada de emergencia. Las personas se quedan hasta que pueden tener uno propio, y eso tarda en conseguirse». La trabajadora de Vieiro está especialmente preocupada por el incremento de mujeres en la calle: «Pasó del 15 al 30 %, y seguro que son más. Muchas siguen en la prostitución, porque creen estar más seguras así, o en casa con su familia, aunque estén mal». Uno de los mayores problemas es la falta de recursos, porque «en los pisos no hay educador. Ni en los nuestros ni en otros, como los de Feafes». Así que las personas que van a estos pisos, advierte Camiña, tienen que ser «de perfil fácil».