Ruta circular desde Portomouro para los amigos de la bicicleta, de los hórreos y de los cruceiros

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Entre las paradas destacadas se encuentra una original fuente en Portochán

16 dic 2024 . Actualizado a las 09:57 h.

El puente de Portomouro constituye un buen punto de partida para conocer una parte del recorrido del Tambre que no tiene nada que ver con el impresionante tajo que acaba de librar. Y es que ahora el río se amansa y discurre por un terreno muy llano y fértil, formado por sus propios aluviones.

Súmesele que la corriente va acompañada en una buena parte de este recorrido de una larga pista de tierra. ¿Itinerario idóneo para quién? Pues sobre todo para los amigos de la bicicleta de montaña. No los profesionales, a quienes esto les parecerá un pequeño calentamiento, pero sí a los que simplemente desean dar un paseo con todos los miembros de la familia, menores incluidos.

No hay que cruzar el Tambre cuando se llega a Portomouro sino que se sigue recto. El topónimo que identifica esas casas es claro: Sobreponte. Metiéndose por la primera pista a la derecha ya resulta posible dejar el coche, cosa harto difícil antes. Esa primera pista conduce a la orilla, y, como no tiene salida, procede dar marcha atrás una vez que se admira la ribera, para girar a la derecha y acometer la única subida digna de tal nombre en toda la jornada, con poca pendiente. Nada insalvable.

Y por tierra, con campos en los cuales en su día crece el maíz, se encuentra sombra en una bonita carballeira a la diestra marchando en paralelo al tendido eléctrico (no de alta tensión) y se llega al asfalto dejando a la izquierda las casas de Vilaverde.

Esa es la tónica en esta primera parte, en la cual el río siempre queda oculto por un denso y magnífico bosque de ribera. A partir de un punto se circula por la ruta de senderismo llamada Rego de Anduriña, que por la izquierda explora una zona arbolada. Cuatrocientos metros más adelante, en el desvío, toca seguir de frente, con algún castiñeiro aquí y allá, y a otros cuatrocientos, asfalto: a la derecha queda el puente de Portochán, desde el que se admira el Tambre, muy ancho y con desniveles y saltos que alegran el ojo.

Ahí empieza la segunda parte de esta ruta circular, completamente distinta de la primera. Si al principio no se veía ni un hórreo, ahora hay un buen lote de ellos, algunos interesantes y bien conservados, y cuatro aldeas van a salpicar el territorio.

A la espalda, un bosquete antes de ganar la aldea de Portochán. A un kilómetro del río, una pista desciende para llevar hasta un cruceiro sencillo que tal y donde se alza rezuma hasta un punto de humilde grandiosidad.

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Marcha atrás, de frente y a los doscientos metros del crucero alegra la vista una original fuente (con vieira jacobea en su diseño, aunque hay que hacer constar que por aquí no pasa Camino de Santiago alguno) con una mesa, un par de bancos y un viejo y simple lavadero.

Tras dejar constancia de que en Troitosende abre sus puertas un bar del mismo nombre, la iglesia se yergue como el punto fuerte de la jornada cuando se habla de arquitectura e historia. Porque, en efecto, el recién llegado contempla el típico templo del rural del siglo XVIII. Tendrá que ir a la parte de atrás para comprobar que esas paredes datan del románico: ahí están los cuatro canecillos para demostrarlo.

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Además, no hay que irse sin fotografiar los tres cruceiros: el que está al lado del templo, con pousadoiro (el mejor, sin duda), el del cementerio y otro un poco más arriba y sobre una base original que nada tiene que ver con la tradición gallega.

A partir de ahí se sigue la carretera, ancha y con buen firme, para ir a dar al punto de partida, Portomouro.