Una joven rumana afincada en Santiago desde los 9 años: «De niña no tenía amigos, ahora es una de las cosas que me hace feliz»

SANTIAGO

«Tengo claro que seguiré estudiando y trabajando, porque quiero un buen futuro», asegura Alexandra Hapau
31 mar 2025 . Actualizado a las 08:42 h.«Cuando llegué de Rumanía, recuerdo que me llamó la atención lo bonito que era todo. Era un mundo distinto al que había visto hasta ese momento. Era todo tan diferente... Hasta tenía una habitación y juguetes». Así describe Alexandra Hapau su primera impresión de Galicia al llegar desde Rumanía junto a su padre y a sus hermanas. Teñía 9 años, y aún recuerda un viaje terrible en autobús «de tres días», que se les hizo eterno. Alexandra venía con la ilusión de volver a ver a su madre y a su hermano mayor, que habían hecho el mismo recorrido solo un año antes. «Aquí mi madre tenía una hermana, que le dijo que tendríamos más oportunidades de vida, y nos vinimos».
La joven, que ahora tiene 19 años, salió de su país natal directamente para Galicia: «Ya nunca me moví de aquí». Su vida no fue fácil allí, y tampoco lo fue aquí durante sus primeros años. Primero se asentaron en Negreira y después, en Vilagarcía. De sus primeros meses tiene recuerdos dolorosos, que son fáciles de percibir al escucharla rememorarlos. «No entendía nada. No hablaba castellano, y los niños se separaban de mi. No tenía amigos. Era muy triste y lloraba de rabia». Pero, en solo tres meses, aunque ella los vivió como «un tiempo larguísimo», empezó a entender lo que escuchaba. «Ponía los dibujos animados y me esforzaba con la lectura porque quería entender. No me quería ir de un lugar tan bonito. En Rumanía no teníamos nada». Superados los primeros años, Alexandra recuerda su tiempo en Vilagarcía como «la mejor etapa». De aquellos años no olvida «a sus profesores, porque fueron muy buenos. A mi hermana y a mí nos traían lápices de colores y libros. En Navidad nos regalaron unos estuches, porque sabían que no tendríamos regalos». Alexandra tiene palabras de agradecimiento para dos profesoras de su colegio de Vilagarcía: «Loli, mi tutora; y Carmen, jefa de estudios, y profesora de apoyo. No puedo describir lo mucho que agradezco lo que hicieron por nosotras. Fueron lo mejor que nos pasó en aquel momento», señala Alexandra.
Tras unos años de tranquilidad, el fallecimiento de su padre la sumió en una depresión: «Me quedaba en la habitación. No quería nada y dejé de estudiar. Ahora me arrepiento. Quiero estudiar para tener una vida mejor». Hace poco más de un año, su madre y dos de sus hermanas volvieron a Rumanía. «Pero yo no quiero irme. Soy feliz», reitera. Poco antes, su hermano se marchó a Inglaterra al casarse. Y otra hermana también se casó y regresó a Rumanía. «Yo volvería, pero solo de visita», asegura Alexandra.
Desde la marcha de su familia se quedó sola, y con el único apoyo de su novio. «Estuve un par de meses en una casa, cuidando a un niño autista de seis años», explica. Ahora vive en Santiago con su novio y su familia. «Mi suegra me descubrió Cáritas. No sabía ni que existía. María, de Cáritas, es mi gran apoyo. Me consiguieron papeles. Es que ni sabía que tenía que hacer trámites». Con ellos hizo un curso de formación y comenzó a trabajar en la limpieza de un hotel. «Eran muchas horas y no podía compatibilizarlo con los estudios, así que María me ayudó a buscar otro empleo», indica. Ahora trabaja en una residencia de mayores en San Lázaro. «Tengo un horario que me permite ir a clases al Xelmírez I, porque estoy haciendo la ESO, y luego quiero hacer un ciclo medio», explica.
Alexandra se considera «cabezota, y si me propongo algo, lo voy a conseguir. Me habría gustado ser enfermera, y quién sabe si lo consigo. Ahora que tengo gente a mi alrededor que me apoya, me siento capaz de todo». Una de las cosas que más le satisface «es tener amigas. No tenía amigas de niña, y ahora es muy grande poder reírme con ellas, ir a comer, sentirme integrada, es algo que me hace feliz».