Gobernar para todos

Borja Verea CARTA ABIERTA

SANTIAGO

20 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay gestos que retratan más que mil discursos. Cuando una ciudad como la nuestra elige alcalde, elige mucho más que una ideología. Elige a quien represente con dignidad, altura institucional y sentido común, el peso simbólico, político y cultural de una de las ciudades más universales de Europa.

Es una verdad muy pessoniana la que define al político sincero como «aquel que representa a todos, incluso a los que no lo entienden». El vacío de esa silla es un grito: no quiero representar a todos, solo a los que piensan como yo. Pero también hay silencios que honran y otros que delatan. El de la alcaldesa de todos los compostelanos, ausente en la entrega de la Medalla de Galicia a la princesa Leonor, no es el de la dignidad silenciosa, sino el de la arrogancia ideológica.

Se puede ser republicano y educado. No se trata de aplaudir a la monarquía ni de arriar las convicciones. Se trata de entender que el Ayuntamiento no es un púlpito ideológico, ni un refugio para la militancia. Es una institución de todos, y quien la preside debe estar siempre a la altura de los ciudadanos que representa. Representar no es seleccionar cuándo hacerlo. Ser alcalde implica, dar la cara por la ciudad, incluso cuando los actos no coinciden con la ideología que profesa cada uno. Su radicalidad no está en lo que dice, sino en lo que niega. Niega la representación, niega la pluralidad, niega su deber. Santiago no necesita una militante, necesita un alcalde. En la arquitectura democrática, el papel de un alcalde no está para imponer su visión partidaria, sino para encarnar la pluralidad de sus vecinos. El poder municipal es para gestionar, representar y unir. Cuando se rechaza acudir a un acto oficial se rompe con su deber fundamental y no puede haber equívoco, esto no es valentía política, es sectarismo. No es un gesto ético, sino una falta de respeto a los ciudadanos que, aun sin compartir su ideología, merecen ser representados con dignidad.

El actual gobierno, en intacta minoría, rehúye todo lo que huele a institucional, a protocolo, a historia compartida. Le incomoda lo que representa la ciudad más allá de sus convicciones: el fenómeno jacobeo, la modernidad, la apertura al mundo. Prefieren el cierre, la consigna, lo pequeño, lo antiguo. Santiago no necesita trincheras, necesita puentes. No necesita sermones, sino soluciones. Y, sobre todo, necesita un gobierno que sepa que gobernar no es hacer propaganda de una ideología, sino cuidar de todos, incluso de quienes no piensan como ellos. Lo contrario es una peligrosa forma de autoritarismo con estética progresista.

Con su gesto, lo único que demuestran es que no están preparados para liderar una ciudad que exige cabeza fría y una visión más amplia que la pancarta. Santiago merece más. Y sobre todo, merece a alguien distinto que esté a la altura de un lugar único y universal.