Aalgunos les voy a amargar el día y dirán menudo tema para agosto, que las vacaciones están para olvidarse de la batalla diaria, relajarse y no pensar. Allá cada cual. Porque las vacaciones para la tropa de la ESO son de dos meses y casi tres semanas, y para la de primero de Bachillerato que no haya tenido que ir a recuperación son de tres meses.
La mala noticia es doble. En, por ejemplo, Gran Bretaña o Dinamarca las vacaciones abarcan seis semanas escasas, y no son pocos los estudiantes que aprovechan para trabajar una o dos y sacar un dinero para sus gastos personales. Casualmente son países más desarrollados que España, a pesar del agujero en que ha caído el primero tras el brexit y del que, sin duda, se recuperará (con sudor, desde luego).
La segunda mala noticia es que cuando los jóvenes de la comarca compostelana aspiren a un puesto de trabajo en el norte de Europa les van a pedir algo así como una fe de vida «laboral»: qué has hecho en los últimos cinco años (mínimo). Y no puede haber huecos de tres meses porque demostrarán el poco interés del candidato y entonces adiós trabajo. Así de simple. Por el norte no se concibe que nuestra juventud esté ociosa tanto tiempo: tres meses por año, cinco años, igual a quince meses. O sea, un año y un trimestre rascando la barriga (con perdón). Y le van a preguntar por qué no se ha hecho voluntario una parte de esos días.
Lo malo del asunto no radica en que un joven que lea esto se ría en mis barbas. Lo malo es que muchos padres lo están haciendo ahora mismo porque no entienden que sin ir a museos, sin voluntariado y sin empleos temporales estivales el futuro está más cerca del salario mínimo que de vivir como un sueco.