
Las aguas ya era aprovechadas como mínimo en el siglo XVIII
17 ago 2025 . Actualizado a las 05:05 h.Al entrar en el bosque que no se expande más al sur porque lo impide el Ulla, el visitante se olvida de su objetivo, la burga de Xermeade. Y es que el entorno resulta sencillamente paradisíaco y, si hace sol, las aguas del río se muestran esplendentes, lanzando brillos aquí y allá, alegrando la corriente. Así que todo ese espacio, el natural y el construido, dan forma a un paraje con algo (o mucho) de magia que en un día de niebla solo necesita la imagen de un druida para pensar que el supuesto y nunca demostrado pasado celta ha vuelto.
Esto es Teo, y en la burga las aguas brotan cloruradas, sódicas y sulfuradas, presentan un aspecto poco grato -todo blanco en el inmediato alrededor del único caño- y salen a una temperatura constante: 15 grados. Así que sus propiedades curativas quedan garantizadas, como demostraron estudios científicos ya en el siglo XIX (en un panel se recogen párrafos al respecto de la Revista Médica de 15 de enero de 1849, por ejemplo).
La burga, con un estanque circular de piedra y que mide metro y medio de radio, tiene su historia, una historia que no se sabe cuándo comienza, «sempre estivo aí», dice con cierta retranca un vecino del cercano puente medieval de Pontevea. Desde luego, esas aguas eran aprovechadas como mínimo en el siglo XVIII. Luego, flotando un cierto aire de leyenda, un sacerdote que aplicaba aquello de querer al prójimo como a sí mismo se empeñó en construir una piscina para uso, goce y disfrute de sus semejantes aunque fueran pobres de solemnidad, convencido de que la mayor parte de sus enfermades desaparecerían. Y lo pensaba con conocimiento: los médicos le informaron de que había que amputarle una pierna, se negó en primera instancia, tomó baños en Xermeade y curó. No era un milagro, pero se le parecía.
Luego vino el conflicto rural, tan habitual en el país: una familia intentó privatizar la fuente hace algo menos de cien años, pero los vecinos se indignaron y movieron papeles durante una eternidad (casi dos decenios) durante la cual se empezó a construir una pequeña casa de baños. El triunfo popular hizo que esa casa de baños quedase inconclusa y acabó reconvertida en merendero (necesitado de más limpieza de la que goza) y ahí acabó la aventura empresarial. Nadie recordaba entonces que a finales del XIX Xermeade recibía a gentes de muchos kilómetros a la redonda, y había habido días con trescientas visitas, muchas de las cuales pernoctaban en los cinco alojamientos que abrían sus puertas en Pontevea.
Lugar restaurado (en 2010), lugar histórico, lugar sano, lugar emblemático. Un auténtico encanto de la comarca compostelana.
En los alrededores
Entre tanta maravilla natural destacan dos elementos: uno es la pequeña islita alargada muy cerca de la ribera, y otro la pista que remonta en paralelo el Ulla, idónea para dar un paseo todo lo extenso que el visitante quiera.
Dónde está
A kilómetro y medio de Pontevea, carretera a Ponte Ulla y Arzúa (AC-241) y desvío a la derecha señalizado en verde.