La suciedad gana de calle a la limpieza en Santiago

Margarita Mosteiro Miguel
Marga Mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

El incivismo, con bolsas de basura fuera de contenedores o en portales, corre más que el trabajo de los servicios municipales para tener la ciudad aseada

31 ago 2025 . Actualizado a las 14:32 h.

La ciudad está sucia. Esta es la sensación general que queda después de pasear por sus calles, tanto del casco histórico como del Ensanche. Y ya no digamos si el paseo se prolonga a cualquiera de sus barrios. Esta situación, especialmente notoria este verano, no es solo consecuencia de la gran cantidad de bolsas de basura acumuladas a deshora fuera de los contenedores, ni tampoco de los voluminosos (colchones, muebles, cajas...) y cartones que permanecen en las calles durante días, sino que también es producto de la falta de limpieza en la vía pública. En las últimas semanas, el Concello anunció que, ante la caída de caudal del Tambre, los baldeos de rúas y plazas se limitarían a lo necesario por cuestiones de salubridad. Pero ya antes de esa medida, algunas calles ya presentaban una buena capa de mugre y olor a orines.

La acumulación de esa suciedad delata una falta de limpieza, pero también comportamientos incívicos. Basta imaginar lo qué ocurriría en una vivienda si no se fregara el suelo con cierta frecuencia. Pues algo similar es lo que está sucediendo en Santiago durante este verano. No se baldea con frecuencia y, además, la sucesión de jornadas sin lluvia impiden la limpieza natural.

ICIAR PEREIRAS

Responsabilidad compartida

La culpa de esta imagen que presenta la ciudad no es solo por la falta de acciones desde el Concello, sino que también los ciudadanos, hosteleros y turistas tienen su cuota de responsabilidad. A nadie se le escapa que la bolsa de basura debe depositarse en el contenedor, es decir, no puede dejarse junto al portal a la espera de que pase el camión de la recogida. Este gesto, que nadie hace en cualquiera de los barrios y aldeas de Compostela, no termina de generalizarse en el casco histórico. Tampoco se pueden amontonar junto al contenedor del papel, durante días, cajas sin doblar, ni los restos de una mudanza o de una pequeña obra.

El que abandona de ese modo la basura tiene su parte de responsabilidad, ya que debe llamar al número de Urbaser para pactar día y hora para su retirada gratuita. Pero no es menos verdad que los responsables del servicio de limpieza podrían dar un parte diario de lo que encuentran abandonado en la calle durante sus rutas de vaciado de contenedores. Si lo hacen, no parece que la medida tenga buenos resultados, a tenor de lo que se ve en la ciudad. En las rúas Fonseca, Algalia de Arriba, San Roque, Touro, Teo, Ramón del Valle-Inclán, Salgueiriños, República do Salvador, Montero Ríos, Nova de Abaixo o Ramón Cabanillas, por citar algunas, aparecen con excesiva frecuencia bolsas de basura, cajas de cartón y plástico, muebles, colchones, juguetes y pequeños electrodomésticos junto a los contenedores. Ahí la falta de civismo es evidente, aunque, en algunos casos, ni siquiera se puede achacar a los residentes de esas calles, sino a personas que se desplazan en coche para abandonar su basura en vías que no son las suyas.

Mosteiro

Comerciantes barren y friegan la vía pública antes de abrir la tienda

En la rúa Alfredo Brañas, varios comerciantes tienen un ritual cada mañana de lunes a sábado. Tras abrir la puerta de sus negocios y encender las luces, lo siguiente es coger la escoba para barrer la calle delante de sus tiendas, y fregar con agua y detergente su tramo de calle. Lo hacen porque, casi todos los días, encuentran algún resto de basura, que van desde heces caninas, vomitonas y papeles o envoltorios de comida. En el tramo de esta calle, entre Montero Ríos y República do Salvador, suele verse el vehículo encargado del baldeo, pero en el siguiente tramo hay comerciantes que aseguran no haberlo visto nunca en acción. El ritual se repite en otras calles, como en O Hórreo, donde una comerciante indica que no ha visto a ningún barrendero en los tres años que lleva allí el negocio. En la Algalia de Arriba, las empleadas de una zapatería friegan casi todos los días: «No podemos abrir con tres cacas de perro en la puerta y el escaparate».