Su viaje a la India para adoptar a tres niñas acabó inspirando la primera novela de este santiagués

SANTIAGO

Jesús Veiga relata en «Tuk Tuk to Spain» su aventura personal
25 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La historia de Jesús Veiga, natural de Conxo (de la familia de Los Paragüeros, por las raíces ourensanas de su abuelo) y criado en Fontiñas, es digna de película o, al menos, de miniserie de Netflix. Hace seis años, este compostelano y su mujer (Cristina) viajaron a la India con la idea de adoptar a dos menores. Regresaron a España el 1 de enero del 2020 con tres hermanas —de 8, 6 y 2 años—, tras un viaje que terminó convirtiéndose en un «laberinto burocrático y emocional», recuerda. Contratiempos con los trámites, choques culturales y situaciones límite se fueron encadenando a lo largo de 40 días. Esa aventura personal la ha transformado ahora en una novela, que vio la luz esta primavera: Tuk Tuk to Spain.
El autor y protagonista del libro (escrito en primera persona, pero con nombres ficticios) lo presentaba este fin de semana en su ciudad, en la juguetería educativa EscondiT (que además es su punto de venta en la ciudad), donde habló tanto de las anécdotas que comparte en su obra como de muchas otras que se quedaron fuera de sus trescientas páginas. Aunque hoy en día él vive en Sevilla, pasó a formar una familia numerosa cuando residía con su pareja en Murcia, donde él juró el cargo de policía nacional. Tenían una vida asentada y planes de ser padres, pero como no llegaba el primer hijo de forma natural, y siempre habían hablado de adoptar después de ello, se embarcaron en este proceso: «En aquella época la adopción nacional estaba más parada y fuimos descartando opciones en función de los requisitos que ponían en cada sitio... yo siempre digo que tú no eliges el país de adopción sino que el país te elige a ti: Perú pide que seas católico practicante, EE.UU. exige un nivel de renta y precios que no nos podíamos permitir, otros seis meses de residencia allí...».
Su periplo empezó a torcerse antes incluso de que despegasen hacia la India y allí todo fue complicándose: «Hablamos de un país enorme, donde los traslados son eternos y cada estado tiene su propio idioma. Nos tocó una jueza que venía del ámbito penal y acababa de incorporarse al orden de familia. Nos esperábamos una especie de paripé para aceptar la adopción y acabaron echándonos de la sala para vernos de nuevo en un mes. Estuvimos peleándonos para que fuese al día siguiente, aunque nos ponían la condición de buscar por nuestra cuenta sentencias de adopción múltiples. Ahí empezó la cosa a ir mal. Contábamos con estar fuera unos 20 días y acabaron siendo el doble, se dispararon los gastos y nos vimos envueltos en todo el caos indio», rememora el santiagués de 44 años, quien estando allí ya tuvo la sensación de que tenía que escribir esa historia.
Tardó en hacerlo, pero para él supuso «un desahogo». Aclara que esta no es ninguna guía y que huye de la idea romántica de la adopción: «Fue un camino que elegimos tomar como pareja», explica Jesús, quien pasó de cero a tres hijas de la noche a la mañana y dice que «contar nuestra historia no cambia lo vivido, pero sí ayuda a ponerlo en perspectiva».
En Tuk Tuk to Spain, él recurre al humor para narrar situaciones extremas, sin perder la perspectiva crítica ni ocultar los momentos más duros. «La novela tiene partes muy crudas, y no es lo que pienso ahora de lo que pasó, sino que cuento lo que sentía entonces. Está escrita desde el yo de aquel momento, sin saber lo que pasaría», apunta un hombre que admite que, en el fondo, su adopción llegó a buen puerto y no siempre hay un final feliz. Por ahora, dice, sus hijas son demasiado pequeñas para leer el libro, pero sí han mostrado interés por hacerlo: «Algún día lo harán, pero no ahora. Tiene pasajes duros que necesitan madurez para entenderlos». Insiste en que su historia no busca presentarse como un ejemplo para nadie ni como un relato heroico. «No salvamos a nadie. En todo caso, las salvaron los servicios sociales y, si no hubiéramos llegado nosotros, habrían tenido otros padres. Lo que intento es quitarle el aura romántica que a veces rodea la adopción y mostrarla como lo que es: un camino duro, complejo y profundamente transformador». Es, añade, «un relato que invita a reflexionar sobre las expectativas y las realidades del viaje más importante de nuestras vidas».
La vida a su llegada a España
Durante los primeros meses en España, las hermanas no estaban registradas oficialmente, sino «en una especie de limbo» en el que carecían de cobertura en la sanidad pública. Y, justo cuando se escolarizaron y empezaban a adaptarse, llegó la pandemia: «No habían pasado ni 10 días y ya estábamos confinados. Fue un inicio brutal. Yo, al ser policía, tenía que seguir trabajando en la calle y mi mujer, al ser profesora universitaria, teletrabajaba. El colegio estaba cerrado y fue un poco caos».
Por otra parte, confiesa que tener de repente tres menores en casa de distintas edades, que atraviesan momentos distintos en su desarrollo fue un gran reto y les cambió la vida. Hizo en aquel entonces un primer intento de dejar por escrito su historia de adopción, pero «no tenía cabeza para eso; además, coincidió con el año en que falleció mi madre... fue una época muy difícil». Retomó esta empresa en varias ocasiones y revela que su lector beta fue una compañera de trabajo, Yaiza, a la que le dejó tres capítulos sueltos. «Quería que alguien que no estuviese directamente involucrado en la historia lo leyese para comprobar si realmente interesaba. Le dejé tres capítulos sueltos y ella quería saber más, por lo que vi que iba por buen camino. Cuando ya tenía el 70 % del núcleo duro de la novela estructurada, ya lo puse en manos de mi hermana y mi mujer, para que me dieran visto bueno. Además, hicieron varias correcciones espacio-temporales de cosas que habían sido antes o después, o en otro lado, y de pasajes que tal y como estaban explicados no se entendían bien».
El compostelano y su familia no volvieron a la India. Entre otras cosas, «porque tuvimos que recuperar la economía familiar. Hubo una cadena de desgracias que empezó antes ya de viajar y fuimos perdiendo dinero porque los gastos allí se fueron multiplicando. Solo en el hotel, gastábamos una fortuna: cada semana se iban algo más de 800 euros. Y cogimos unos billetes de vuelta abiertos para las niñas pero, al tener que retrasar más tard de lo previsto, los anularon. Íbamos a pagar 1.500 euros por sus tres pasajes y, para que coincidiéramos los cinco en el mismo vuelo, acabaron siendo 4.500. Aún hoy no me parado a hacer cuentas...».